La escuela es imprescindible en la construcción de un país democrático y de desarrollo humano desde el ámbito personal y social, de lo público y lo privado, y orientado hacia el respeto, convivencia e inclusión de la diversidad de actores y formas de pensamiento del pueblo ecuatoriano.
Para ello es fundamental reorientar el rol del sistema educativo para que asuma la formación y capacitación de las nuevas generaciones. Monseñor Arnulfo Romero, -de quien recordamos un año más de su asesinato en marzo de 1980- a más de pastor de la iglesia fue un educador popular comprometido con los pobres.
Él refería que de todos los problemas sociales, la educación era el principal de solucionar, si realmente se quería avanzar en la transformación social de los pueblos: “hay que capacitar a los niños y a las niñas para analizar la realidad del país; hay que prepararlos para que sean agentes de transformaciones, en vez de alienarlos con un amontonamiento de textos y de técnicas que los hacen desconocer la realidad; una educación para la participación política y democrática.”
Nadie dudará que la educación en todos sus niveles, pero fundamentalmente en el superior, debe orientarse a atender, desde las exigencias del conocimiento, los problemas de la propia realidad local y nacional. Es decir, necesitamos, como reflexiona Paulo Freire, una “educación inserta en la realidad, que rompa con la dependencia, con la alienación familiar y social impuesta desde afuera”, donde la televisión y las redes sociales desplazan el ejercicio del saber en las aulas y en la familia; donde un wahats-app vale más que la orientación docente.
Continuar con el actual estado del sistema educativo nos llevaría a profundizar lo escolástico y no la praxis, las competencias laborales y no el desarrollo del pensamiento que promueve la creatividad emancipadora. Es urgente acabar con la pobreza y la exclusión social que a su vez acaba con la posibilidad de caminar hacia el mandato constitucional del buen vivir, hacia la trasformación de la realidad. El nuevo gobierno, debe promover la construcción de un proyecto educativo que sea el resultado de una amplia consulta social, que exprese la concepción filosófica del Ecuador pluricultural y multiétnico, un proyecto basado en el principio de la participación ciudadana plena y concreta, y en la más profunda convicción democrática de que solo la concertación social, confiere el sentido real a la construcción de la patria nueva.
Para ello es fundamental reorientar el rol del sistema educativo para que asuma la formación y capacitación de las nuevas generaciones. Monseñor Arnulfo Romero, -de quien recordamos un año más de su asesinato en marzo de 1980- a más de pastor de la iglesia fue un educador popular comprometido con los pobres.
Él refería que de todos los problemas sociales, la educación era el principal de solucionar, si realmente se quería avanzar en la transformación social de los pueblos: “hay que capacitar a los niños y a las niñas para analizar la realidad del país; hay que prepararlos para que sean agentes de transformaciones, en vez de alienarlos con un amontonamiento de textos y de técnicas que los hacen desconocer la realidad; una educación para la participación política y democrática.”
Nadie dudará que la educación en todos sus niveles, pero fundamentalmente en el superior, debe orientarse a atender, desde las exigencias del conocimiento, los problemas de la propia realidad local y nacional. Es decir, necesitamos, como reflexiona Paulo Freire, una “educación inserta en la realidad, que rompa con la dependencia, con la alienación familiar y social impuesta desde afuera”, donde la televisión y las redes sociales desplazan el ejercicio del saber en las aulas y en la familia; donde un wahats-app vale más que la orientación docente.
Continuar con el actual estado del sistema educativo nos llevaría a profundizar lo escolástico y no la praxis, las competencias laborales y no el desarrollo del pensamiento que promueve la creatividad emancipadora. Es urgente acabar con la pobreza y la exclusión social que a su vez acaba con la posibilidad de caminar hacia el mandato constitucional del buen vivir, hacia la trasformación de la realidad. El nuevo gobierno, debe promover la construcción de un proyecto educativo que sea el resultado de una amplia consulta social, que exprese la concepción filosófica del Ecuador pluricultural y multiétnico, un proyecto basado en el principio de la participación ciudadana plena y concreta, y en la más profunda convicción democrática de que solo la concertación social, confiere el sentido real a la construcción de la patria nueva.