Ha empezado la segunda vuelta electoral, parafraseando a Calderón de la Barca, para cada candidato que aspira gobernar el otro le es un estorbo; al parecer se cumple la sentencia popular: acusa y reinaras.
Al respecto podemos reflexionar horas y días sin encontrar solución al ejercicio de como erradicar o al menos disminuir los rangos de la pobreza, del hambre, del feminicidio, de la falta de fuentes de trabajo, en definitiva, que cambie el rumbo de la actual democracia de tecnócratas y plutócratas que utilizan las instituciones públicas o las corporaciones para decidir por nosotros.
El debate importante que debemos exigir a los candidatos Moreno y Lasso, debe ser el que nos permita deliberar juntos qué país queremos, a partir de la necesidad de superar nuestras injusticias históricas, para ello cuestionemos a ellos y nosotros mismos, ¿qué es lo que queremos mejorar o cambiar? y ¿cómo lo vamos a lograr y a costa de qué?
La primera pregunta, nos debe conducir a un sesudo análisis acerca de la realidad nacional y local, lo que nuestros pueblos deben desarrollar para vivir en condiciones de dignidad y no de beneficencia, y sobre todo, en medio del respeto a los derechos civiles y humanos.
La interrogante cómo lo vamos a lograr y a costa de qué, nos lleva de lleno a la definición del modelo económico y de gobierno. Es decir, a buscar las mejores maneras, normas y leyes, que permitan a todos los ciudadanos una convivencia alejada de las pasiones políticas y el odio a quienes piensan distinto.
Lo ideal sería que lo uno y lo otro, lo alcanzáramos con o a pesar de los candidatos que pasaron a la segunda vuelta, o con o sin sus tiendas políticas. Con o sin segunda vuelta. Con la actual Constitución o con una nueva, es decir, que la dignidad humana y el bienestar social y no la pedagogía del miedo y de la descalificación, deben primar sobre las reglas de juego electorales.
En fin, las dos candidaturas no presentan diferencias de fondo, no ofrecen espacios para definir un país distinto. Se puede decir con certeza que el debate electoral, el debate político actual, es el miedo al debate. El espectro electoral y político está lleno si, de acusaciones mutuas, de quien repartió o devolvió más atunes, de quien representa más o menos a la corrupción, al pasado o al continuismo.
Al respecto podemos reflexionar horas y días sin encontrar solución al ejercicio de como erradicar o al menos disminuir los rangos de la pobreza, del hambre, del feminicidio, de la falta de fuentes de trabajo, en definitiva, que cambie el rumbo de la actual democracia de tecnócratas y plutócratas que utilizan las instituciones públicas o las corporaciones para decidir por nosotros.
El debate importante que debemos exigir a los candidatos Moreno y Lasso, debe ser el que nos permita deliberar juntos qué país queremos, a partir de la necesidad de superar nuestras injusticias históricas, para ello cuestionemos a ellos y nosotros mismos, ¿qué es lo que queremos mejorar o cambiar? y ¿cómo lo vamos a lograr y a costa de qué?
La primera pregunta, nos debe conducir a un sesudo análisis acerca de la realidad nacional y local, lo que nuestros pueblos deben desarrollar para vivir en condiciones de dignidad y no de beneficencia, y sobre todo, en medio del respeto a los derechos civiles y humanos.
La interrogante cómo lo vamos a lograr y a costa de qué, nos lleva de lleno a la definición del modelo económico y de gobierno. Es decir, a buscar las mejores maneras, normas y leyes, que permitan a todos los ciudadanos una convivencia alejada de las pasiones políticas y el odio a quienes piensan distinto.
Lo ideal sería que lo uno y lo otro, lo alcanzáramos con o a pesar de los candidatos que pasaron a la segunda vuelta, o con o sin sus tiendas políticas. Con o sin segunda vuelta. Con la actual Constitución o con una nueva, es decir, que la dignidad humana y el bienestar social y no la pedagogía del miedo y de la descalificación, deben primar sobre las reglas de juego electorales.
En fin, las dos candidaturas no presentan diferencias de fondo, no ofrecen espacios para definir un país distinto. Se puede decir con certeza que el debate electoral, el debate político actual, es el miedo al debate. El espectro electoral y político está lleno si, de acusaciones mutuas, de quien repartió o devolvió más atunes, de quien representa más o menos a la corrupción, al pasado o al continuismo.