Desde el enfoque de Paulo Freire, la evaluación no debe reducirse a una simple calificación numérica. Este proceso debe ser reflexivo, humanizante y participativo, orientado a comprender el proceso de aprendizaje de los estudiantes. La evaluación debe ir más allá de medir y calificar, enfocándose en la recolección de información para brindar apoyo personalizado y evitar el fracaso escolar. La tarea educativa, para Freire, implica un diálogo constante entre docente y estudiante, donde ambos aprenden y reflexionan juntos. Así, la evaluación se convierte en una herramienta que favorece la autonomía del estudiante, permitiéndole cuestionar y transformar su propio aprendizaje.
Es fundamental cuestionar la evaluación: ¿Qué evaluamos? ¿Es significativa o memorística la información que se valora? ¿Estamos realmente preparando a los estudiantes para la vida, o simplemente para cumplir con un sistema? Freire cuestionaría si la evaluación clasifica o educa, si promueve la reflexión o la sumisión. La evaluación, entonces, debe fomentar el pensamiento crítico y la capacidad de los estudiantes para ser agentes activos en su propio proceso de aprendizaje, propiciando su desarrollo personal, social y profesional.
Paulo Freire plantea una educación liberadora en la que el proceso evaluativo no sea un acto de poder unilateral, sino una construcción colectiva que involucre a estudiantes, docentes y la comunidad. La evaluación debe ser un diálogo continuo que fomente el autoconocimiento, el pensamiento crítico y el compromiso con el aprendizaje. Para ello, es fundamental repensar las formas de evaluar desde una perspectiva humanizadora, en la que se supere la tradicional evaluación bancaria que reduce a los estudiantes a simples receptores de información.
La evaluación en nuestra “cultura escolar” nos ha generado gran conflictividad porque la hemos conjugado sólo en primera persona, de allí la necesidad de tratarla de forma pedagógica.
1. Yo evalúo: Desde el enfoque tradicional, el docente asume el rol exclusivo de evaluador. Es quien diseña las pruebas, interpreta los resultados y determina el éxito o el fracaso de los estudiantes, sin permitirles participar en el proceso. Freire cuestiona esta perspectiva porque perpetúa relaciones verticales y alienantes, donde el estudiante se convierte en objeto pasivo de evaluación. En una educación humanizadora, el yo evaluador debe transformarse en un facilitador del aprendizaje, promoviendo la autocrítica y la reflexión conjunta.
2. Tú evalúas: En un contexto liberador, el estudiante debe tener la oportunidad de evaluarse a sí mismo. Freire sostiene que el acto educativo debe despertar la conciencia crítica y la autorreflexión. El estudiante deja de ser objeto y se convierte en sujeto activo que analiza su propio proceso de aprendizaje, identificando fortalezas y áreas de mejora. De igual forma, el docente también se evalúa, reconociendo sus prácticas pedagógicas como procesos en constante transformación.
3. Él evalúa: Esta figura es frecuente en un enfoque convencional, donde el maestro, visto desde afuera, se convierte en el único juez del aprendizaje. Sin embargo, en una perspectiva freireana, la evaluación no debe ser un acto externo y distante, sino un proceso compartido y cercano que reconozca las experiencias y conocimientos previos de los estudiantes.
4. Nosotros evaluamos: La evaluación se vuelve participativa, promoviendo el trabajo en equipo y la reflexión conjunta. Freire enfatiza el poder de la comunidad en el acto educativo. En este enfoque, docentes y estudiantes dialogan, analizan prácticas pedagógicas y construyen juntos el conocimiento. Se reconocen los errores no como fracasos individuales, sino como oportunidades colectivas de mejora.
5. Vosotros evaluáis: Este enfoque invita a la colaboración entre pares, fomentando una reflexión grupal sobre el proceso educativo. Freire defiende el diálogo horizontal, donde cada integrante del grupo aporta su perspectiva, promoviendo la responsabilidad compartida y el pensamiento crítico.
6. Ellos evalúan: Finalmente, la evaluación se amplía hacia la comunidad, incluyendo a actores significativos en el entorno educativo. Esta visión reconoce que el aprendizaje trasciende el aula, integrando la experiencia de familias y otros miembros de la comunidad. Freire aboga por una educación contextualizada y comprometida con la realidad social, donde todos los involucrados contribuyen al proceso evaluativo.
En conclusión, humanizar la evaluación implica transitar del control unidireccional a la participación crítica y colectiva. Siguiendo el enfoque de Freire, la evaluación se convierte en un acto de construcción conjunta, donde cada persona es protagonista de su propio aprendizaje y partícipe del crecimiento y desarrollo comunitario.