Por Marcelo Colussi / Tomado de Rebelión,
18-12-2008
El periodista suizo
Heinrich Unheimlich, famoso por su penetrante espíritu investigativo y por las
osadas entrevistas que pudo conseguir en su dilatada carrera profesional, nos
volvió a sorprender recientemente. Sin revelar nunca cómo lo obtuvo, pudo
establecer contacto con Jesús de Nazareth, quien aparentemente estaba de
incógnito en nuestro planeta, y forzarlo a responder algunas preguntas. Se dijo
en un primer momento que el reportaje era apócrifo, pero la cinta de audio (un
viejo cassette convencional de grabadora manual), sometida a las más rigurosas
pruebas –en centros académicos del más alto nivel e incluso en la NASA –,
demostró su autenticidad. No pudo tomar fotos (según contó luego Unheimlich, al
querer fotografiarlo usando su teléfono celular, el mismo se bloqueó
inexplicablemente… ¿Milagro?). De todos modos, aún quedando en las tinieblas los
pormenores de la entrevista, lo importante es que la misma pudo realizarse y
luego difundirse.
No pueden dejar de
mencionarse dos aspectos importantes, aparentemente marginales al contenido
específico de la nota periodística, pero que dan un talante de lo que allí está
en juego: por un lado, la grabación del reportaje está hecha en alemán con
acento de Zürich en su primera parte, cambiando luego al francés –cambio que
inopinadamente hizo el entrevistado– para seguir más tarde en arameo, lengua
que, al no ser comprendida por el entrevistador, hizo dar por terminado el
reportaje en forma un tanto abrupta. Y un segundo elemento no menos
significativo cual es el hecho que, dos días después del encuentro
–aparentemente fue en un centro comercial de Ámsterdam, según una versión, o en
un hotel en El Cairo, según dicen otros– Unheimlich perdió el habla, que no ha
vuelto a recuperar hasta la fecha, y desarrolló un repentino cáncer de
próstata.
Gracias a avatares del
destino, hoy llegó a nosotros esta riquísima pieza, no digamos ya del
periodismo sino de la producción cultural universal, que ahora ponemos a
disposición de los lectores en idioma español. Entendemos que la ocasión es más
que propicia, dada la cercanía de la cristiana fecha de la Navidad. Ustedes
juzgarán.
Heinrich: Jesús, ¿qué anda haciendo por aquí
casi de incógnito? ¿Y cómo encontró las cosas ahora?
Jesús: Mal, muy mal. La verdad es que siempre le damos
seguimiento a este planeta, nos interesa mucho…
Heinrich: Perdón que lo interrumpa: habla en
plural. "Le damos seguimiento" dice. ¿Quién además de usted?
Jesús: Pues, mi
padre. Fue él quien hizo todo esto. Y –se lo digo entre nosotros, en privado– a
veces se arrepiente. A veces se reprocha por qué se dejó llevar por la pasión
inventando esta especie tan rara que son ustedes, y se arrepiente. Pero ya es
tarde, no hay marcha atrás. En más de una oportunidad, para reparar ese
"error", como suele decir, pensó en eliminar toda la especie. De ahí
que permitió que desarrollen las armas de destrucción masiva, fundamentalmente
las nucleares. Pero nunca se termina de decidir si hacerlas usar. También
considera muy cruel la extinción total. Si bien la especie humana es
insoportable, absurda en algunos casos, incomprensible a veces, también tiene
cosas muy lindas, muy simpáticas.
Heinrich: ¿Como cuáles?
Jesús: Bueno…muchas, numerosas, numerosísimas. Ustedes no son
sólo estupidez; también han hecho cosas importantes, muy lindas. Además de
hacer la guerra, por ejemplo, y entre otras cosas, hacen arte, aman a sus
hijos, a veces se enamoran, a veces filosofan y dicen cosas bien interesantes,
bien profundas. Claro que no hay que olvidar la contracara de todo eso: son
egoístas, muy violentos, son muy conservadores, les asusta mucho el cambio, y
en estos últimos tiempos han desarrollado una enfermiza cultura de apego a las
cosas materiales que ustedes mismos producen. Hay que reconocer que a veces son
realmente inteligentes. Yo me sorprendí mucho cuando en estos últimos años
empezaron a inventar todos estos artefactos tan llamativos que les reportaron
enormes cambios: máquinas para volar, que ustedes llaman aviones, máquinas para
ir por debajo del agua, todos los aparatos para comunicarse a la distancia: el
telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, el internet. No han logrado
dominar aún la telepatía, pero no falta mucho para que lo hagan. Bueno, todo
eso realmente me tiene sorprendido. Y a mi padre también. Porque de verdad que
él no había planificado todo esto. Él solo dejó la posibilidad abierta; de ahí
en más, fueron ustedes los que dieron estos pasos. Y de verdad que los
felicito.
Por otro lado,
como le venía diciendo, no hay dudas que todas esas cosas, cuando uno lo ve
desde afuera, sorprenden gratamente. Y hacen pensar en que la humanidad no es
tonta. Claro, después cuando empieza a profundizar… se agarra la cabeza. Tienen
internet… ¡para ver pornografía! Me imagino que usted debe saber, bien
informado como está al ser un destacado periodista, que una tercera parte de
las consultas que se hacen en la red de redes, es para mirar pornografía. No es
que esté mal tener apetitos carnales, no, por supuesto. Para eso mi papá les
dio la facultad del deseo. ¿O acaso no es grato desear, derretirse de ganas por
alguien? Pero, ¡qué pobreza espiritual tener que contentarse con mirar a
alguien desnudo en una pantalla!, ¿no? Cosas como esas son las que me abren –o
nos abren, mejor dicho– esas dudas: mi padre, a veces con una sonrisa bonachona
y mesándose la barba, dice entenderlos y que él así lo quiso. Pero otras veces
–y yo soy de esa idea también– piensa que son demasiado tontos, demasiado
miedosos ante la vida. Prefieren ver un cuerpo desnudo en una pantalla en vez
de tocarlo con sus propias manos. ¿Por qué ese miedo absurdo? Prefieren la
mentira y la hipocresía en vez de buscar la verdad. No entiendo por qué esa
pusilanimidad, no lo entiendo. Prefieren decir que está todo bien, mientras
sufren como condenados.
Bueno, pero me
voy por la tangente. Usted me preguntaba qué cosas buenas tienen los humanos.
Mire: muchas. Por ejemplo, hacen música, que es algo hermoso, angelical. Y no
importa qué música, de las innumerables variedades que tienen. Eso siempre es
algo lindo, grato, que alegra el espíritu. La estupidez comienza cuando con esa
fiebre enfermiza por el apego a lo material y ese insaciable afán de poderío
que se ve tanto en estos últimos años de su historia, comienzan a vender musiquita
empaquetada. Por eso le digo que siempre están oscilando entre lo genial (en
música han hecho cosas geniales, de verdad. Mire el alemán van Beethoven; pese
a estar sordo musicalizó una oda a la alegría, ¿no le parece genial? Bueno, o
cualquier música: ¿escuchó alguna vez un ukelele sentimental? Se lo recomiendo,
Heinrich); pero para no irnos por la tangente, le decía que siempre basculan
entre lo genial y lo ramplón. Hacen músicas hermosas, y al mismo tiempo
componen enlatados estúpidos que se obligan a consumir pagando para
escucharlos. Claro que, en eso, el jueguito es más complicado: son algunos
pocos los que se aprovechan de la gran mayoría. Son unos pocos los que ganan
dinero vendiendo basura, y la gran mayoría silenciosa agacha la cabeza y consume
las modas. En música eso se ve con palmaria claridad. ¿Me entiende lo que le
quiero decir? Al lado de creaciones realmente geniales ustedes hacen
estupideces que no parecen posibles. ¿Por qué ese afán perpetuo de dominarse
unos a otros? ¿Por qué esa lucha interminable por el poder?
Heinrich: ¿Y usted que cree? ¿Por qué su papá nos
hizo así?
Jesús: Como le decía: a veces se arrepiente de haber hecho eso.
Pero también tiene sentido que sean así, si uno lo piensa bien. Como son
finitos, tienen los límites siempre a la mano (la muerte está siempre presente,
envejecen, se ponen decrépitos o, para graficarlo de un modo muy evidente: al
lado de la belleza que puedan tener, se tiran pedos, con lo cual todo se afea
–y todos, varones y mujeres, se los tiran, todos…–), pues bien, como la finitud
los inunda por todos lados, el poder es lo que les puede hacer sentirse menos
frágiles, es la puertita hacia la plenitud. O es lo que, al menos, les provoca
la sensación de plenitud. Todos ustedes están condenados a envejecer, a
corromperse, a morirse, todos ustedes son siempre falibles, viven presa de los
miedos, saben las cosas siempre limitadamente, irremediablemente tienen que
decidir ser varón o mujer porque todo al mismo tiempo no se puede…; es decir:
como la vida de los humanos está inexorablemente marcada por sus límites (viven
tirándose pedos, en otros términos: comen manjares que luego se transforman en
flatulencias), el ejercicio del poder los hace sentir menos limitados. De ahí
que estén buscándolo perpetuamente. ¿A quién de ustedes no les gustaría ser
dios? Tener poder –aunque sean cuotas mínimas: el varón sobre la mujer, el
europeo –presuntamente civilizado– sobre los supuestos salvajes del África, el
rico sobre el pobre, el adulto sobre el joven– tener poder es alejarse de los
límites, aunque sea un poquito. El poder siempre hace sentir impune, absoluto,
inmortal. Por eso viven inventando historias que les permita fantasear con todo
eso: Superman actualmente, o cualquier héroe de las mitologías históricas en
todos los pueblos que han pasado por el planeta. ¿A quién no le gusta ser como
un actor triunfador de Hollywood, o como Schumacher, o como John Lennon, que
llegó a decir que era más famoso que yo? ¿Me entiende?
Heinrich: Creo que sí. ¿Pero por qué su papá nos
hizo así, tan limitados entonces?
Jesús: Vaya pregunta, mi amigo… ¿A quién no le gusta ser dios?
Pregúnteselo a mi padre… Pero yo vine al mundo hace dos mil años para tratar de
ayudar un poco a soportar esos problemas, para hacer más llevadera la vida pese
a todos esos límites. Yo traté de enseñar a vivir sin tantas angustias, sin
fascinarse tanto con la búsqueda del poder.
Heinrich: ¿Y qué dice: lo consiguió?
Jesús: ¿Me lo está preguntando en serio? Vamos, Heinrich: ¡no
sea estúpido! ¿No ve acaso cómo está el mundo? A veces soy yo el que se
arrepiente de haber venido, me arrepiento de haberme hecho tantas expectativas.
Con toda sinceridad le digo que yo pensaba que iba a ser más fácil la
transformación ética de los seres humanos. Pero veo que eso no es fácil. No
digo que no se pueda cambiar, no, por supuesto que no. Ahí está el socialismo
como una promesa abierta. Y eso no ha terminado, créame que no. La historia
sigue, y lo que se creía un triunfo absoluto de los grandes capitales hace unos
años atrás, hoy se derrumba como castillo de naipes con la crisis financiera
internacional. La gente es tonta, pero no tanto. Se deja explotar porque no le
queda otra alternativa, pero llega un momento en que se rebela. "Pena
sobre pena y pena hace que uno pegue el grito. La arena es un puñadito, pero
hay montañas de arena". Creo que eso lo dice claramente: es un poema de un
cantor argentino que quizá conozca: Atahualpa Yupanqui. No le puedo decir que
fracasé en mi intento de hace dos mil años; pero veo que las cosas son más
complicadas de lo que creía. Los que se suponía tenían que ser mis sucesores
para seguir predicando ese mensaje de contestación contra el poder –que fue
revolucionario en su momento, créame, por eso a mí me crucificaron los
romanos–, los que tenían que seguir con mi ejemplo, es decir: la iglesia
católica, mire cómo terminaron: una institución con el poder más descomunal
durante mil años, dueña de riquezas y conciencias, que se permitió matar a
cuanta persona se le opuso, y que ahora, aunque un poco debilitada, sigue siendo
lo más contrario a lo que yo vine a enseñar. ¿Cómo podría entender usted que
mis sucesores vistan ropas de oro y piedras preciosas si yo vine a combatir
esas flaquezas? ¿Cómo puede entender que, en mi nombre, se quemó viva a tanta
gente, en nombre del amor? Algo no funcionó ahí.
Heinrich:
Habló del amor. Usted
predicó aquello de poner la otra mejilla luego de ser abofeteado, de amarse los
unos a los otros –bueno: John Lennon decía algo parecido, ¿no?– Pero si
observamos detenidamente el mundo, lo que menos encontramos es amor. El amor
eterno de los enamorados se termina muy pronto, después de la luna de miel, y
las relaciones entres las personas no son muy amorosas que digamos precisamente
(se venden más armas que libros, o que flores). ¿Qué pasó con su enseñanza?
Jesús: A veces me lo cuestiono, sí. Quizá fui un poco ingenuo,
lo reconozco. Vez pasada hablaba con Quetzalcóatl en un encuentro de dioses que
tuvimos en el monte Olimpo, y fue él quien me abrió los ojos al respecto. Yo
pensaba que la gente respondería mejor a mi mensaje, que verdaderamente haría
un acto de arrepentimiento y buscaría cambiar cuando se diera cuenta de su
condición. Pero no sabía con exactitud cómo los había programado mi padre. Veo
que la angustia ante la vida que tienen ustedes –que no he encontrado en los
seres de otros planetas– es más fuerte de lo que me imaginaba, de ahí que la
búsqueda del poder los tiene demasiado trastornados. Viven siempre pensando en
sí mismos, siempre preocupados en ver cómo triunfan a costa del otro. Son
demasiado individualistas, "narcisistas" para decirlo con un término
que inventaron sus psicólogos y me parece muy bueno: viven fascinados y
enamorados de ustedes mismos, por eso les cuesta tanto amar al otro. Piensan en
primera persona, sueñan en primera persona, el otro les es un instrumento para
conseguir sus fines, nada más. Yo creí que lo lograría, pero no sabía bien en
la que me metía. Por eso, dos mil años después, rectificaría mi mensaje: no los
llamaría tanto a amarse sino a respetarse, lo cual ya es muy mucho pedir.
Mire, Heinrich:
se lo voy a decir con una parábola. Ustedes se aman tanto a sí mismo, les
cuesta tanto amar a otro, que está más que demostrado que el 98,5% se procura
placer a sí mismo sin compañero sexual, masturbándose.
Heinrich: ¿Y el otro 1,5 por ciento?
Jesús: Es manco. (Risas)
Heinrich: Tiene buen sentido del humor, por lo
que veo. Hablando de otra cosa, pronto está de cumpleaños. ¿Qué dice al
respecto?
Jesús: Eso, de verdad, me tiene asqueado. Ahora, al menos en
una buena parte del mundo, festejan mi cumpleaños, el número 2008 para ser más
exactos, tirando la casa por la ventana. Pero vea cómo lo celebran: ¡ni una
imagen mía por ningún lado! En mi lugar vino a instalarse ese gordito con risa
estúpida vestido de payaso, que no entiendo de qué vive riéndose. ¿Se da
cuenta? ¿Entiende lo que le quiero decir? Todo el mundo dice ahora: ¡feliz
navidad!, y creo que ni siquiera sabe lo que está festejando. Pregúntele usted
a cualquiera que come como condenado en mi fiesta de cumpleaños y chupa como
una esponja quién es ese flaco ascético que andaba por ahí harapiento
predicando la igualdad hace dos mil años atrás, y seguro que no lo va a saber.
Pero seguro que compró regalitos y puso una imagen del gordito este que le
mencionaba en su casa. ¿Por qué nadie me pone un pastel con velitas para que
las sople? ¿Alguien me preguntó si no me gustarían mariachis para festejar mi
cumpleaños? No, nada de eso… Yo hablé de valores espirituales, de lucha contra
la ostentación y la frivolidad del poder, de solidaridad genuina, de igualdad
para todos y todas –bueno, en mi época no importaba la cuestión de género, se
hablaba sólo en masculino–, y ahora celebran mi cumpleaños olvidándose de mí y
reemplazando mi mensaje por un consumismo voraz y por un imbécil que se ríe
invitando a comprar locamente. ¡Es triste! Pero no hay que darse por vencidos.
Yo sigo viendo luz al final del túnel, aunque cueste mucho.
Heinrich: ¿Ve luz? ¿De verdad? ¿Y cuál es el
futuro de la humanidad entonces, Jesús?
Jesús: [A partir de aquí Jesús comienza a hablar en francés]
Ah…, está pidiendo demasiado. Como me imagino que comprenderá, no puedo darle
mayores precisiones. Lo que sí le adelanto es que la historia no está
terminada. Aunque los que alientan el consumismo interminable que promueve
Santa Klaus crean que ganaron la batalla, se equivocan. En ese sentido,
parafraseando a ese buen pensador que tuvieron ustedes en el siglo XIX llamado
Hegel, podríamos decir que "el amo tiembla aterrorizado delante del
esclavo, porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados". Por más
parafernalia militar que los amos desarrollen para cuidar sus privilegios, la
justicia se va a imponer. No hay espada –ni misil nuclear, digamos hoy día–,
por más poderosa que sea, que pueda imponerse sobre la justicia.
Heinrich: ¿Se refiere a la justicia divina, al
Juicio Final?
Jesús: ¡No, compañero! ¿De qué justicia divina me está
hablando? Quiero decir que la gente, lentamente, va abriendo un poco más los
ojos. Antes, cuando yo andaba correteando por los desiertos de Galilea
–¡todavía me acuerdo la sed que pasaba ahí!– el emperador, el amo esclavista,
eran casi dioses, intocables, impunes. ¿Quién osaba enfrentárseles? Y otro
tanto pasaba en otras latitudes: los chinos no podían mirar a los ojos a su
emperador. Lo mismo era con cualquier mandamás. Cualquier teocracia –en el
Asia, en América– podía decidir con la más absoluta naturalidad sobre la vida
de un súbdito. ¿Quién le ponía freno a esos poderes? Lo mismo podía hacer el
varón con su mujer. ¿Quién iba a protestar por eso? Pero las cosas están
cambiando, mi amigo. La gente va abriendo un poco más los ojos. No sé si habrá
sido mi enseñanza, no lo sé. A veces, cuando visito cualquier centro comercial
para esta época, unos días antes de mi cumpleaños, me sorprendo y pienso que
todo mi esfuerzo fue en vano. ¿Cómo es posible que unos pocos, poquísimos,
desde sus limusinas blindadas o desde un pent house que puede costar varios
millones de dólares, decidan la vida de las grandes mayorías planetarias? ¿Cómo
es posible que a las masas, igual que en mi época en el circo con los
gladiadores y los leones, se las siga engañando de esa manera, ahora con todos
los nuevos artificios tecnológicos? Parece que las cosas no cambian, y eso
llevaría a la desesperanza. Pero no es tan así, Heinrich: las cosas cambian.
Heinrich: Sí, claro … pero permítame decirle que
la gente ya no se siente tan creyente como antes. Los católicos aún siguen los
ritos, por ejemplo el de festejar la Navidad , o el de casarse por la iglesia o
bautizar a sus hijos, pero la religiosidad va perdiendo importancia en el mundo
moderno, más guiado por los jet supersónicos y las tarjetas de crédito que por
un mensaje místico.
Jesús: Exactamente. Eso es lo que estoy tratando de decirle: la
gente cambia. Y agregaría: ¡felizmente! Si no, aún seguiría en las cavernas.
Pero no: hay cambios, siempre. La historia no está terminada. No quiero
anticiparle para dónde seguirán esos cambios. Es más: nos pusimos de acuerdo
con mi viejito que eso no lo vamos a revelar por ahora. Pero, aunque parezca
que no, las cosas se mueven. Como dijo aquel italiano famoso que la iglesia
casi cocina en la hoguera: eppur si muove.
Heinrich: Entonces, haciendo un balance de estos
primeros dos mil años de su trabajo, ¿qué diría?
Jesús: [Comienza a hablar en arameo y el periodista corta la
entrevista]