La nueva Ley de Educación es un gran paso para mejorar la escuela. Políticas de mediano y largo plazo, sin partidismos, deben hacerla cumplir.
Aspiraba el pueblo ecuatoriano que la ley de Educación sea aprobada el día jueves, lamentablemente, los acontecimientos en la Asamblea Nacional provocados por la actitud antidemocrática y sectaria del Arq. Fernando Cordero de permitir solamente el ingreso de los simpatizantes del gobierno a quienes se les pago transporte y refrigerios y por el contrario, negar a los maestros y maestras de la UNE el ingreso a las barras altas de la Asamblea y no recibir a Mery Zamora Presidenta de la UNE en el Pleno a fin de plantear algunas observaciones, lo cual provocó el caos al interior de la Asamblea Nacional como parafraseando los tiempos de la partidocracia retardataria.
Nos sorprende la ligereza del Presidente Cordero para clausurar la sesión. Este acto posterga las aspiraciones del pueblo y de los maestros y maestras de contar con una herramienta que armonice el sistema educativo y reivindique los derechos del magisterio.
La aprobación de la nueva Ley de Educación nos invita a imaginar que es posible un Ecuador mejor para las nuevas generaciones.
Imaginemos por un momento un Ecuador donde la educación y el conocimiento ocupan un lugar central en la preocupación de la sociedad y, más allá de las perspectivas partidarias, son concebidos como el eje central de la construcción de un modelo social que combina un fuerte crecimiento económico con una justa distribución de la riqueza.
Imaginemos que en este Ecuador todos los jóvenes egresan de la escuela media y ello significa que dominan los saberes y valores necesarios para continuar estudiando o ingresar dignamente al mundo del trabajo. Al mismo tiempo, estos aprendizajes les permiten participar en la construcción de un sistema político profundamente democrático y desarrollar una ciudadanía integral. Ello impide que sobrevivan modelos que propongan formas corruptas o clientelares de hacer política.
Un Ecuador donde no importa de qué hogar ni de qué región del país provienen estos jóvenes, porque todos pueden obtener una educación de excelente calidad. El horizonte de cada uno de ellos está marcado por su capacidad y no sólo por su cuna.
En ese Ecuador imaginado, todos los chicos concurren a una escuela primaria donde disponen del tiempo necesario para aprender —además de las disciplinas básicas— un segundo idioma, familiarizarse con las nuevas tecnologías y desarrollar toda su potencialidad en la expresión artística y la práctica del deporte.
En esta escuela que soñamos trabajan articuladamente todas las áreas sociales del Estado, especialmente los ministerios de salud e inclusión económica y social, para garantizar el respeto integral a los derechos del niño. El maestro ya no tiene que dejar de lado las tareas pedagógicas para atender los problemas sociales y familiares de los niños. Se dedica exclusivamente a la actividad para la que fue formado: orientar y guiar los aprendizajes (enseñar).
Todas las escuelas pueden ofrecer educación de calidad porque tienen la infraestructura y la tecnología adecuadas y porque tienen maestros y profesores jerarquizados, con condiciones de trabajo y salarios dignos. Docentes con una sólida formación de base y con posibilidades de capacitarse gratuitamente a lo largo de toda su carrera profesional. Docentes apasionados por el conocimiento, la lectura y las ciencias y dispuestos a transmitir esa pasión a sus alumnos.
En este Ecuador imaginario los padres no tienen que padecer por un cupo ni eligen la escuela por descarte. Lo hacen porque así lo prefieren, porque brinda excelente calidad e igualdad de oportunidades y están orgullosos de su decisión. Los padres que eligen la escuela privada lo hacen porque desean formar a sus hijos en un ideario pedagógico social específico, en un marco de valores particulares o convicciones religiosas. También ellos están orgullosos de su decisión.
Todas las escuelas son participativas. Los docentes, padres y estudiantes y la comunidad son protagonistas del proyecto institucional.
También podemos imaginar por un momento un Ecuador sin analfabetos, donde todos los jóvenes y adultos tienen la oportunidad de continuar aprendiendo a lo largo de toda la vida para adaptarse a los cambios del mundo del trabajo, para superarse o porque simplemente, les gusta.
Y ya que estamos imaginando, por qué no pensar que en este Ecuador del futuro los medios de comunicación trabajan codo a codo con la escuela para promover la cultura del respeto, la paz, la no discriminación y la solidaridad.
Podríamos seguir imaginando, pero hacemos un alto porque, por momentos, parece que hablamos de un Ecuador imposible. ¿Por qué? ¿Hay alguna extraña razón por la que nosotros no podemos incorporarnos a las naciones que han logrado estos objetivos? ¿Nuestros niños y jóvenes no se merecen vivir en una sociedad donde la democratización del acceso al saber les permita integrarse a una sociedad más desarrollada y más justa? ¿Nuestros sueños como país están condenados a quedar en eso, en sueños?
Sabemos que no, porque no siempre fue así, nuestros ancestros entregaron su vida y otros derramaron su sangre soñando una Patria justa y solidaria, Alfaro, Montalvo, Benjamín Carrión, Uscategui, entre otros imaginaron que era posible construir otro país a partir de la educación.
Sin embargo, la idea de que la educación debía ser una política de Estado que nos distinguiera como nación y sustentara el progreso del país tuvo éxito durante la revolución alfarista.
La nueva Ley de Educación, nacida con el aporte de amplios sectores sociales y del magisterio magisterio nacional, aún no está sancionada. Sabemos que las leyes por sí mismas no cambian la realidad. Necesitamos de políticas de mediano y largo plazo que, independientemente de las características partidarias del gobierno de turno, promuevan el cumplimiento de los objetivos de la Ley.
Ratificamos nuestra posición firme de defender lo avanzado de esta Ley Orgánica de Educación Intercultural, luchar para que se incorporen nuestras observaciones principales, exigir su inmediata aprobación y garantizar el mejoramiento de la calidad de la educación y el justo salario del maestro.