La
ética en términos sencillos no es otra cosa que, la evidencia de
nuestro comportamiento respecto de determinados hechos que perturban a
la colectividad, afectando los principios morales y sociales, e incluso a
la propia vida, por lo que es un deber ético de todo ciudadano
erradicar la corrupción que perjudica a nuestros pueblos.
Quizá
sea más peligroso aún para la sociedad que, desde las instancias de las
funciones públicas y otras de poder económico y político, se pretenda
combatir la corrupción, imponiendo una cultura individualista e
irrespetuosa de las instancias judiciales y de control, lo cual lejos de
solucionar este malestar social, debilita las posibilidades reales de
un verdadero dialogo ético.
Si
bien la corrupción no es propiedad del gobierno actual, las recientes
denuncias contra funcionarios públicos y su parentela, nos exigen
repensar en el significado de la ética y su relación con la clase
política, no porque todos sean corruptos, sino porque su indiferencia o
porque la supuesta lealtad a su líder, los delata como cómplices y
encubridores del chantaje y la corrupción.
En
política y en cualquier relación con los demás, la solidaridad deja de
ser un privilegio personal para convertirse en una exigencia social que
debe verificarse entre las palabras y los hechos. La firmeza en la
condenación de los eventos dolosos debe acompañarse de un juicio sin
ofuscaciones afectivas, cualquier duda debe ser expuesta al interior del
movimiento o partido. Si no hay tratamiento entonces es válida la
denuncia abierta, allí serán juzgados todos los actos de los
funcionarios con base a la conciencia pública, aquí no se podrá siquiera
pensar, que criticar duramente los actos fraudulentos sea deslealtad,
porque esta crítica es un deber de los ciudadanos y más aun de un
revolucionario, porque ningún funcionario puede por sí considerarse
infalible, al fin y al cabo son seres humanos y no seres angelicales.
Finalmente,
no se puede aceptar, que en su defensa los presuntos involucrados
aleguen que en política para la oposición lo único inmoral es perder.
Tampoco podemos juzgar ciertas debilidades humanas en su vida privada,
pero en el ámbito que concierne a la función pública, tiene que
demostrarse un comportamiento apegado a un mínimo marco de referencia
ético, en el que se tiene la obligación de rendir cuentas y de actuar
con responsabilidad conforme a la exigencia Aristotélica, que sostiene
que “no es aceptable que la astucia política privilegie la impunidad”.