viernes, 7 de julio de 2017

Que la astucia política no privilegie la impunidad.

La ética en términos sencillos no es otra cosa que, la evidencia de nuestro comportamiento respecto de determinados hechos que perturban a la colectividad, afectando los principios morales y sociales, e incluso a la propia vida, por lo que es un deber ético de todo ciudadano erradicar la corrupción que perjudica a nuestros pueblos.
Quizá sea más peligroso aún para la sociedad que, desde las instancias de las funciones públicas y otras de poder económico y político, se pretenda combatir la corrupción, imponiendo una cultura individualista e irrespetuosa de las instancias judiciales y de control, lo cual lejos de solucionar este malestar social, debilita las posibilidades reales de un verdadero dialogo ético.
Si bien la corrupción no es propiedad del gobierno actual, las recientes denuncias contra funcionarios públicos y su parentela, nos exigen repensar en el significado de la ética y su relación con la clase política, no porque todos sean corruptos, sino porque su indiferencia o porque la supuesta lealtad a su líder, los delata como cómplices y encubridores del chantaje y la corrupción.
En política y en cualquier relación con los demás, la solidaridad deja de ser un privilegio personal para convertirse en una exigencia social que debe verificarse entre las palabras y los hechos. La firmeza en la condenación de los eventos dolosos debe acompañarse de un juicio sin ofuscaciones afectivas, cualquier duda debe ser expuesta al interior del movimiento o partido. Si no hay tratamiento entonces es válida la denuncia abierta, allí serán juzgados todos los actos de los funcionarios con base a la conciencia pública, aquí no se podrá siquiera pensar, que criticar duramente los actos fraudulentos sea deslealtad, porque esta crítica es un deber de los ciudadanos y más aun de un revolucionario, porque ningún funcionario puede por sí considerarse infalible, al fin y al cabo son seres humanos y no seres angelicales.
Finalmente, no se puede aceptar, que en su defensa los presuntos involucrados aleguen que en política para la oposición lo único inmoral es perder. Tampoco podemos juzgar ciertas debilidades humanas en su vida privada, pero en el ámbito que concierne a la función pública, tiene que demostrarse un comportamiento apegado a un mínimo marco de referencia ético, en el que se tiene la obligación de rendir cuentas y de actuar con responsabilidad conforme a la exigencia Aristotélica, que sostiene que “no es aceptable que la astucia política privilegie la impunidad”.