Los criterios que en los últimos días
propagamos los ecuatorianos en cuanto a si la justicia tiene o no
autonomía respecto del gobierno de turno, nos muestra la cruda realidad
que ostenta el poder, donde las reglas no están para ser cumplidas por
ellos, sino por los otros, dejando a la gran mayoría en indefensión.
Parece normal que si se trata de aplicar
justicia a los otros está bien, pero si se trata de nosotros, no. Si
demandamos justicia porque se ha cometido algún hecho doloso, esperamos
que los encargados de impartirla actúen apegados a las leyes, traten de
ser objetivos y que su aplicación sea ágil a fin de que se reparen los
daños cometidos. No esperamos que esa justicia nos complazca a todos, ni
que necesariamente se dé a todos los mismo.
Así como reza el refrán de que las cosas
son del color del cristal con que se las mira; así mismo los ciudadanos
tenemos ideas muy diferentes de ver el contexto social, de ver las
injusticias. Por ejemplo, mientras unas personas ven de manera loable
que otras hagan un bingo de solidaridad, para ayudar a palear los gastos
médicos de un enfermo, otros podrán ver la misma acción solidaria como
una injusticia causada por las desatenciones del estado al no atender
las necesidades de salud conforme lo estipula la Constitución. El
problema no está en la visión, radica en los políticos que se la pasan
en discusiones inútiles tratando de averiguar qué es justo o injusto,
descuidando la realidad de aquellos que siempre han estado en el
sálvense quien pueda, postergados de los más elementales servicios para
sobrevivir,
En el presente gobierno al igual que en el
anterior, desde el poder ejecutivo como del legislativo, siguen las
discusiones estériles sobre las leyes para garantizar los servicios
sociales, se dilatan con entretelones como la llegada del Papa, los
partidos de la selección, los fraudulentos dineros de Odebrecht, en fin,
por cualquier cosa, pero se retardan, dejando a los sectores populares
en orfandad permanente.
El gobierno del Presidente Moreno, tiene
ahora la dura tarea de erradicar la disposición de su predecesor
respecto que la justicia debe mantenerse al margen de los neo
revolucionarios, aun cuando haya claros indicios de corrupción, caso
contrario cobra vigencia la frase de Francisco de Quevedo: “Donde hay
poca justicia es un peligro tener la razón”.