Desde el
movimiento oficialista se pregona que la vieja partidocracia se retuerce de
nostalgia añorando la larga noche neoliberal con la sola idea de la
restauración conservadora. Mientras la oposición aliada en una especie de
hibrido político dicen que es hora de refundar la patria para defender la
Constitución de Montecristi y enrumbarla para lograr el anhelado buen vivir.
Al decir de
Paulo Freire, unos y otros con su “discurso izquierdista buscan ocultar que en
la práctica, se viene robusteciendo el neoliberalismo promotor de la riqueza de
unos pocos y la miseria de las mayorías”
Nuestro país, el
viejo y el nuevo país, sabe mucho de las viejas y actuales recetas neoliberales.
Nuestros pueblos han pagado con creces los favores del BM, FMI, BRICS que
supuestamente contribuirían a resolver los problemas sociales y al “impulso del
progreso y la modernidad generadora de
oportunidades”. Sin embargo, recetas y
favores no han servido más que para demostrar que el capitalismo con sus
actitudes miserables y egoístas, no funciona. Por el contrario, evidencian a
todo nivel la corrupción política y el manejo fraudulento de los recursos y el
erario nacional.
La tarea actual
de los sectores populares del viejo y nuevo país, es reflexionar y anteponer
resistencia a los subvalores neoliberales adhiriéndose mediante una posición
política firme a los valores de solidaridad social, organización y unidad
popular para la defensa de los derechos consagrados en la Constitución, a fin
de hacer la vida más humana y digna.
Esta adhesión y
posición política tiene que marcar las grandes diferencias entre el viejo país
y el nuevo país, entre la oposición crítica, constructiva y propositiva que va
más allá de la legitima búsqueda de acceder al gobierno, una oposición dialogante
y eficiente que apoye los cambios que ayuden a mejorar la situación del pueblo,
-lo cual no implica respaldar la revolución ciudadana- y la oposición
neoliberal que irresponsablemente pretende derrocar al gobierno a cualquier
costo y por cualquier vía para recuperar el gobierno y con ello su poder para
su mezquino beneficio.
Queda a la
prensa la responsabilidad de denunciar las acciones autoritarias de
funcionarios abusivos que a veces los ciudadanos no lo hacen por temor a
represalias. De la misma manera denunciar las acciones que promuevan la
inestabilidad de la democracia, lo cual sería volver al viejo país.