viernes, 23 de mayo de 2025

La escuela pública, la crisis social y su papel emancipador

    La escuela pública, lejos de ser una isla aislada, refleja las tensiones, dolores y esperanzas de la sociedad ecuatoriana. Nuestro país está marcado por la desigualdad, la violencia estructural y la exclusión histórica, el interior de las aulas se han convertido en escenarios donde se evidencian estos males, convirtiendo la escuela en un fiel reflejo de la sociedad.

Paulo Freire nos enseñó que la educación no puede ser un acto neutral. O bien reproduce la opresión o se convierte en práctica de libertad. En Ecuador, muchas escuelas públicas enfrentan el reto de acoger a niñas, niños y adolescentes que llegan no solo con cuadernos en sus mochilas, sino con heridas sociales: violencia intrafamiliar, desnutrición, pobreza, migración forzada, inseguridad social. Sin embargo, esas heridas no deben paralizarnos, sino motivarnos a una pedagogía crítica que escuche, dialogue y transforme.

Las violencias que cruzan nuestras comunidades –desde la exclusión política hasta la cultura narco que se difunde como modelo de éxito– encuentran eco en el aula. Pero la respuesta no puede ser la mera contención o el control conductual. Como decía Freire, educar es un acto profundamente político. Necesitamos formar sujetos críticos que comprendan su realidad y se sientan capaces de transformarla.

El sistema educativo ha sido históricamente domesticador, pero la escuela puede y debe recuperar su función emancipadora. Para ello, no basta con reformas desde arriba. Se necesita una reinvención desde abajo: desde las prácticas docentes, desde el compromiso comunitario, desde el reconocimiento de la dignidad y saberes del estudiantado.

En Ecuador, son muchas las maestras y maestros que, en condiciones adversas, construyen día a día espacios de esperanza. Desde la autogestión, la pedagogía del afecto y el diálogo horizontal, resisten el abandono estatal y las lógicas utilitaristas del mercado. Son ellas y ellos quienes sostienen la escuela como espacio de posibilidad.

Pero no deben hacerlo solos. Es imprescindible que el Estado asuma su responsabilidad histórica de garantizar una educación pública liberadora, crítica y contextualizada. No como un privilegio, sino como derecho y deber democrático.

En tiempos donde la desesperanza se impone, la escuela puede ser semilla de transformación si opta por una pedagogía que no impone, sino que pregunta; que no oprime, sino que libera. Esa es la verdadera tarea de la educación como respuesta activa ante las injusticias sociales.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Mujica: Del fusil a la institucionalidad y su visión sobre la educación

Defendió una educación crítica, liberadora, solidaria y no subordinada al mercado…

José Mujica, político reconocido en la izquierda latinoamericana. Ex-guerrillero tupamaro, participó en la lucha armada contra el aparato represivo en los años 60 y 70 en Uruguay. Su posterior trayectoria refleja la institucionalización de sectores de izquierda que abandonaron la vía revolucionaria. Como presidente, representó una política social progresista que, aunque crítica del consumismo y del poder del capital, nunca desafió estructuralmente el orden burgués.

Durante su mandato, impulsó reformas sociales en beneficio de las mayorías, que si bien, golpearon a la oligarquía, no cuestionaron la propiedad privada ni la hegemonía del capital financiero. Su crítica al mercado fue moral, no política, y su propuesta de un “capitalismo más humano” consolidó un paradigma reformista populista que reforzó las relaciones de dependencia en el contexto latinoamericano.

La visión de José Mujica sobre la educación se inscribe, en gran medida, dentro de un marco ético humanista y libertario. Para él, la educación debía desarrollar el pensamiento crítico, orientado a formar seres humanos solidarios, conscientes de su entorno y no subordinados a la lógica del mercado. Esta perspectiva coincide parcialmente con la postura emancipadora de Paulo Freire que entiende la educación como herramienta para la transformación social. Sin embargo, en la práctica, Mujica no impulsó una política educativa opuesta al sistema capitalista; su actitud, aunque coherente en lo ético, no se tradujo en medidas concretas que confrontaran la hegemonía neoliberal que aún domina los sistemas escolares en América Latina.

Desde una perspectiva emancipadora, la educación no puede limitarse a la transmisión de valores éticos individuales, sino que debe ser una trinchera de lucha ideológica. Para los sectores populares, representa una posibilidad de organización y la toma de conciencia para la construcción de un país más justo e igualitario. En este sentido, una auténtica educación liberadora exige romper con el currículo capitalista que naturaliza la pobreza, legitima la explotación y oculta la lucha de clases. La tarea pendiente es politizar la educación desde abajo, construyendo espacios pedagógicos que fortalezcan la autonomía, la resistencia y la dignidad de los pueblos.

José Mujica, fallecido a los 89 años, fue símbolo de honestidad y austeridad. Abandonó el fusil para gobernar dentro del Estado burgués. Se constituyó en una alternativa progresista. Su legado principal es: que sin organización y sin lucha de clases, no hay emancipación real para la clase trabajadora.