Desde la perspectiva crítica y humanista de Paulo Freire, la motivación es fundamental para comprender el proceso educativo y la liberación del ser humano. No siempre es realista depender del interés intrínseco como única motivación para aprender. Es ilusorio esperar que el interés momentáneo o la importancia por cumplir las tareas constituyan una fuerza motivadora constante. A veces, el deseo de obtener buenas notas, puede ser una fuerza válida y positiva; así como alcanzar metas proporciona satisfacción y puede generar un interés más genuino en el aprendizaje futuro.
Sin embargo, una educación liberadora no puede depender de incentivos externos como única motivación. La educación debe estar al servicio de la emancipación de los pueblos, promoviendo una conciencia crítica que desmonte las estructuras de opresión. Trabajar y cumplir tareas para complacer al profesor es una forma de motivación baja, pero vale más que ninguna. La personalidad del docente influye en la motivación del estudiante, aunque el objetivo real debería ser desarrollar un interés genuino por el conocimiento como herramienta de transformación social.
La motivación intrínseca surge del deseo de aprender, comprender y cambiar el mundo, de la curiosidad y el diálogo con la realidad. Para Freire, la educación es un proceso activo de creación y recreación del conocimiento, donde los individuos desarrollan conciencia crítica y buscan la emancipación. Cuando el aprendizaje tiene relevancia personal y social, surge una motivación intrínseca que impulsa un compromiso profundo con la lucha por la justicia y la dignidad de los pueblos oprimidos.
En contraste, la motivación intrínseca depende de factores externos, como recompensas o presiones sociales. Aunque Freire reconoce su papel, advierte que centrarse solo en ella puede fomentar una educación bancaria, donde los estudiantes son receptores pasivos de información. Esto limita el pensamiento crítico y refuerza la dependencia y la conformidad, en lugar de promover una educación liberadora.
Paulo Freire, sugiere armonizar ambas formas de motivación, priorizando la intrínseca, para que los estudiantes sean agentes de su propio aprendizaje y transformación. La educación debe ser un acto revolucionario, donde los individuos descubran su capacidad para soñar, cuestionar y actuar en busca de una sociedad más justa. La pedagogía de la liberación no es neutral. Solo una educación comprometida con la justicia social podrá forjar ciudadanos críticos y activos en la construcción de un mundo mejor.