“Educar es un acto profundamente político, un ejercicio de amor y valentía” P. Freire
El Ministerio de Educación, al reconocer que muchas familias escogen escuelas guiadas por lógicas de prestigio social entre comillas, implementó la sectorización de matrículas. Si bien esta medida intenta equilibrar el acceso, no enfrenta el problema de fondo, la vulneración de los derechos de la niñez. Desde la perspectiva de Paulo Freire y las luchas de la Unión Nacional de Educadores, esta realidad nos interpela profundamente; ¿cómo hablar de equidad cuando el régimen condena a los hijos del pueblo a una enseñanza empobrecida y vigilada?
Paulo Freire nos enseñó que no hay educación neutral: “o se reproduce la dominación o se apuesta por la liberación”. El sistema educativo ecuatoriano, saturado de controles y rankings de calidad, ha olvidado al sujeto que aprende. Mientras tanto, los docentes son tratados como operadores técnicos, sometidos a cargas burocráticas que sofocan su creatividad y su vínculo pedagógico con los estudiantes. Este no es un problema técnico: es político. Y solo una pedagogía crítica, acompañada de una organización docente fuerte como la UNE, puede transformarlo desde abajo.
El currículo, saturado de contenidos y desconectado de las realidades sociales, impide pensar, crear, dialogar. ¿Cómo hablar de calidad si no hay tiempo para la pregunta, el asombro, la relación humana? La verdadera calidad educativa nace en la escuela como comunidad, no en los escritorios ministeriales. Freire decía que enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las condiciones para su producción. Pero eso exige autonomía, confianza y diálogo, no obediencia ciega a matrices homogéneas.
La UNE lo ha dicho con firmeza: el saber docente no debe ser objeto de persecución ni de una fiscalización tecnocrática que reduce la educación a números e indicadores vacíos. Enseñar es una tarea profundamente humana, una construcción colectiva, crítica y comprometida con el pueblo. No se trata de maquillar estándares impuestos desde organismos externos, sino de devolver dignidad, respeto y autonomía a la labor docente. Es fundamental confiar en quienes, con vocación, compromiso y resistencia cotidiana, sostienen la escuela pública como espacio de transformación social y defensa de los derechos colectivos.
Hoy el magisterio ecuatoriano, necesita unidad gremial, conciencia de clase y defensa activa de la educación pública. No permitamos que el autoritarismo silencie nuestra voz.