De entre todos los sentimientos que se agitaban dentro de mí, previo a escribir este artículo, el que finalmente primó, fue el sentido de la responsabilidad personal y unionista al convocarnos a conmemorar el Día del Maestro; acto que conlleva una reinterpretación del pasado, y tiene un gran valor al reconocer los elementos de la historia de unidad y lucha en la defensa de un mejor futuro para el magisterio y la educación pública.
El 13 de Abril Día del Maestro, fecha mayúscula en la cual recordamos a Eugenio Espejo, Juan Montalvo, Pio Jaramillo, Dolores Cacuango, Rosita Paredes, Simón Rodríguez, Eloy Alfaro, Miguel Riofrío, Benjamín Carrión, y otros maestros y maestras anónimas cuyos ideales permanecen vigentes a pesar de que los regímenes capitalistas, se empeñen en que a más de enseñar a leer y escribir, el profesorado sea una especie de apostolado cívico que eduque a las nuevas generaciones en la obediencia y la falsa moralidad, es decir formando ciudadanos sumisos.
Sin embargo, desde los primeros años del siglo pasado y luego con el surgimiento de la Unión Nacional de Educadores UNE en 1944, el gremio legítimo del magisterio ecuatoriano, se empezó a tomar posesión de que los maestros y maestras serían aquellos capaces de contribuir a la formación del nuevo ciudadano consciente de sus derechos y deberes y cuya moral se regiría, no por los dogmas religiosos, sino por el espíritu de la Constitución, es decir, en una educación para la emancipación.
Los maestros y maestras progresistas junto a la Unión Nacional de Educadores, en el afán de elevar la calidad y el prestigio de la escuela pública; y convencidos que a través de la educación contribuyen a transformar el país, realizaron una marcha desde Santo Domingo de los Sáchilas hacia la presidencia de la república exigiendo se declare en emergencia la educación, debido a la disminución del presupuesto, al incumplimiento del escalafón, homologación y equiparación salarial; demandando el fortalecimiento de los departamentos de consejería estudiantil; y, reclamando seguridad ante el crecimiento de la violencia alrededor de los centros escolares.
El Gran Maestro Juan Montalvo Fiallos dijo que “en todos los pueblos del mundo hay una mano que enciende la antorcha de la cultura, esa es la del Maestro”. Hoy, el mejor homenaje que le podemos tributar a los maestros y maestras que luchan y trabajan día a día para transformar la sociedad y hacerla más hermosa y más digna de ser vivida, es exigiendo el respeto y cumplimiento de sus derechos.
Saludo la entereza y dignidad de los maestros y maestras, que con los ideales que nos legó Juan Montalvo: la palabra, la pluma y su pasión por la libertad, fortalecen la conciencia y unidad clasista, al propio tiempo que comparten alegrías y tristezas en su permanente lucha por eliminar la pobreza y las injusticias sociales.
Finalmente, junto al reconocimiento merecido por la ardua labor de las Maestras y Maestros, sea también un día de rebeldía en defensa de la educación y contra el sistema que posterga sus derechos…
Un abrazo fraterno.