Cada 10 de diciembre se “celebra” el Día de los Derechos Humanos, pero en Ecuador esa fecha suena a discurso vacío más que a una auténtica conquista colectiva. ¿De qué derechos hablamos cuando conseguir una cita médica es una odisea, cuando en los hospitales falta hasta una gasa y cuando las escuelas públicas sobreviven con presupuestos recortados? ¿Qué igualdad podemos invocar en un país donde la mayoría vive de la informalidad, donde una casa digna es una utopía y donde salir a la calle es una apuesta diaria contra la violencia?
La realidad muestra que los derechos humanos funcionan mejor para proteger intereses empresariales o políticos, ahí sí aparecen comunicados urgentes, defensores influyentes y toda la institucionalidad. Pero cuando se trata del trabajador informal, de la madre que peregrina por atención médica, de los jóvenes sin futuro, de las comunidades indígenas abandonadas o criminalizadas, el Estado calla.
Esa indiferencia no es nueva. Desde las luchas por la independencia, pasando por la Revolución Liberal de Alfaro, que abrió las puertas al laicismo, la educación pública y algunas libertades que hoy tenemos, han sido fruto de la organización popular. Luego vino el movimiento obrero, los gremios, las huelgas que reclamaron justicia social. Más tarde, el levantamiento indígena empujó al país hacia el reconocimiento como Estado plurinacional y los derechos de la naturaleza en la Constitución de 2008, una conquista nacida desde abajo.
Sin embargo, mientras los derechos avanzan en el papel, retroceden en la vida real. El gobierno actual criminaliza la protesta, justifica el uso abusivo de la fuerza y revive debates superados por la historia. El paro indígena lo evidenció con detenciones arbitrarias, represión indiscriminada, asesinatos y discursos que deshumanizaron a todo un movimiento. Y esa violencia institucional no es aislada: el caso de los Cuatro de las Malvinas, menores ejecutados extrajudicialmente por una patrulla militar en Guayaquil en 2024, sigue recordando que la impunidad también oficializa la negación de derechos.
Mientras el país lidia con sus heridas, el mundo también normaliza violaciones brutales. Basta ver Palestina para entender que la ONU condena, pero no detiene masacres. Tampoco sorprende que el gobierno calle ante la amenaza de invasión al pueblo venezolano. Por eso, es urgente que el Ecuador recupere una voz digna. porque el silencio a más de cómplice, es otra forma de violencia.