En la década de 1840 Karl Marx catalogó de proletario al obrero porque lo único que tiene para venderle al capitalista, es la fuerza de trabajo a cambio de un salario, porque es carente de propiedad privada sobre los medios de producción. Cuando se habla del proletariado se alude en primer término a los trabajadores, campesinos, artesanos, y a otros que se consideran de “profesiones liberales”, entre los cuales se incluye al profesorado.
El sociólogo estadounidense Harry Braverman, comenta que existe una clara “descualificación laboral” de la clase magisterial al pretender aumentar la calidad de la enseñanza aumentando el número de alumnos en el aula y al mismo tiempo reduciendo la inversión en el sistema educativo. Algo similar sucede en la actualidad, desde el Ministerio de Educación se exige al maestro subordinarse al cumplimiento de horarios que contradicen la LOEI y de currículas trabajadas desde la parte posterior de escritorios de tecnócratas y plutócratas ajenos a las necesidades educativas de las comunidades y del país.
Siempre los gobiernos de turno procuraron quebrar la organización gremial, pero con mayor inquina, fue durante el correato, que, al profesorado o trabajadores de la educación, se les impuso ser parte de gremios paralelos, mediante la desideologización, sometimiento y servilismo al gobierno; se llegó al absurdo de decretar la pérdida de control sobre los procesos de enseñanza e incluso la incapacidad de movilizarse por sus derechos, sembrando conformismo como forma de “proteger el trabajo”.
La pretendida despolitización recetada desde la CIA y el FMI, es muy peligrosa para la sociedad y para los maestros, puesto que implica la pérdida de participación en la defensa de sus derechos, el docente ya no decide sobre nada, todo le llega desde fuera y por arriba -a veces abusivamente por los directores o rectores-, se le destina una asignatura con una meticulosa programación de tiempos y contenidos lejos de una educación emancipadora, además los docentes deben dedicarse a llenar una serie de papeles innecesarios en los que gasta gran parte del tiempo que antes destinaba a sus labores pedagógicas.
De esta forma, no solo está siendo descualificada la profesión, sino que los profesores son proletarizados. Así, en los hechos la escuela se está convirtiendo en una parcela de la cadena de producción, en la que, los docentes “pertenecen y responden a la vez a los intereses de la pequeña burguesía; y un poco menos a los intereses de la clase obrera”. En ese sentido, la desideologización es preocupante, porque conlleva la frustración de sus expectativas de desarrollo profesional y la pérdida del sentido de su propia personalidad.
Finalmente, los maestros y maestras respaldadas por la gloriosa UNE, deben retomar su poder de organización y de reivindicación, no se puede olvidar que los derechos se defienden a partir de la movilización popular y del encuentro con otros sectores sociales.