Los seres humanos por naturaleza somos proclives a la esperanza o a las desilusiones, aspectos que afloran más cuando se avecinan los procesos electorales, donde a sabiendas que la democracia burguesa no cambia nada, nos brota una confianza ciega en la renovación periódica de lo que nos concierne. Cada cuatro años se ha hecho costumbre ver nuevas autoridades en la administración pública, con la certeza de que las cosas mejorarán; no obstante, al poco tiempo notamos que solamente ha sido el regreso de los mismos que nos gobernaban con otra camiseta pero siempre ignorando, la cruda realidad del pueblo.
Los gobiernos que se han turnado en Carondelet, lejos de esos cambios profundos y necesarios para mejorar las condiciones de vida de todo el pueblo, solo han reforzado los tradicionales procesos y costumbres en las relaciones del Estado con la sociedad. Con el cuento de la estabilidad política concebida como el respeto a la democracia representativa, esa democracia que únicamente los incorpora a ellos para consolidar las reglas de juego a su favor o torciéndolas al viejo estilo del arreglo entre los grupos de poder que financian sus campañas.
En el ambiente electoral de hoy, ocurre que el péndulo político tiene una opción al cambio. Por cuatro décadas hemos estado eligiendo y derribando gobernantes, que solo han satisfecho los intereses de las cúpulas económicas. Trece años después de la llegada de la “revolución ciudadana”, habrá una elección con claras perspectivas de optimismo para la educación. Los gobiernos de turno han sido incapaces de construir un proyecto educativo nacional. El candidato Yaku Pérez ha comprometido su palabra y entre su plan de gobierno consta el de realizar serias reformas al sistema educativo, esta vez modificando la estructura del régimen existente.
Estudiantes y docentes a través de la FEUE, FESE y UNE creen que no puede esperarse más. Que ha llegado la hora del cambio, para garantizar la gratuidad y afianzar el libre acceso a la educación pública en todos los niveles; para recuperar el prestigio de la profesión docente y sentar las reglas para el ingreso, promoción y permanencia basado en los méritos y la experiencia; y por sobre todo, contar con un sistema educativo que sea el instrumento capaz de construir las bases del desarrollo para que los gritos de la pobreza no se ahoguen con ensueños.
En materia de evaluación, ha de distinguirse que evaluar al sistema no es valorar el trabajo de los profesores con instrumentos estandarizados y fuera de contexto, y luego establecer entre comillas estímulos y sanciones que terminan siendo punitivas. En evaluación, bien cabe parodiar a Descartes: razono, luego evalúo, es decir la única forma de evaluar es mediante la razón.
Finalmente sensatez en el tema gremial, hay que garantizar la asociación libre y voluntaria del profesorado, eliminarse la práctica del dualismo sindical instaurada por el correato, que se convirtió en un conjunto de cicateros con intereses personales atados a la entrega de dádivas.