Aún recuerdo la niñez de mis hijas, como mientras
les preparábamos su desayuno, ellas terminaban de arreglarse el uniforme y
alistar su mochila para ir a la escuela. Hoy como docente, cada mañana puedo
ver a los niños y niñas que llegan primero, saltar de alegría al reencontrarse
con sus compañeritos y compañeritas.
El viernes anterior, Emilia de 9 años, a la salida
de su escuela desaparece. Hecho que conmocionó y movilizó a la ciudadanía
lojana. Amistades de los padres organizaron marchas y empapelaron la ciudad con
fotos de Emilia. El martes siguiente los investigadores policiales dan con el
autor confeso (miercoles aparece ahorcado en la carcel de Tuti). Confundido por la indignación popular al saber que el cuerpo fue
masacrado e incinerado, su padre, un hombre de elevada sensibilidad humana y fe
católica, en medio del dolor pidió solamente justicia.
Decía, que todo niño y niña, espera divertirse con
sus compañeros de clase, aprender cosas nuevas, soñar con un mundo nuevo bajo
la guía de sus profesores. Me niego a pensar que lleguen a la escuela con
temores por su seguridad. Sin embargo, la realidad es otra, aunque no lo
esperan, ya allí, sufren tratos humillantes y violentos, que en la práctica son
el reflejo de la sociedad.
Hace poco estremeció a los ecuatorianos los cientos
de abusos y violaciones sexuales a niños y niñas en planteles escolares, los
inculpados son en la mayoría de los casos son los propios docentes. Fue mayor
la rabia, enterarse que las autoridades educativas, pese a tener conocimiento
hicieron muy poco para sancionar a los responsables y prevenir de nuevos casos,
que aún salen a la luz pública.
El doloroso caso de Emilia, nos revela que si bien
todos estamos propensos a ser víctimas de violencia, de aquella violencia que
viola los más elementales derechos humanos, son las niñas las que por
innumerables situaciones de inequidad social y cultural, tienen más
probabilidades de sufrir desde el entrecomillas inofensivo bullying escolar,
pasando por el acoso y la agresión sexual que menoscaban el éxito estudiantil y
la autoestima a lo largo de su vida, hasta la violación y el asesinato.
Para que la seguridad infantil no sea un desafío
diario, legisladores y jueces, deben actuar y aportar con medidas de protección
inmediata para que casos como el de Emilia no queden en la impunidad. Mientras
que la escuela y la familia deben educar con el ejemplo y no con estereotipos y
normas ridículas.