viernes, 25 de agosto de 2017

Una democracia que suena a desiderátum.

La historia nos da cuenta que fueron los griegos quienes acuñaron el término democracia o poder del pueblo, que hoy en el mundo entero se repite como un desiderátum que gracias a la corrupción, no es más que el instrumento de los poderosos, para empobrecer más a las clases populares.
Para la democracia ecuatoriana es urgente una redefinición, una que esté acorde a la utopía y a la esperanza de que nuestra democracia sea el gobierno a nombre del pueblo, para el pueblo, pero con el pueblo. Y aunque se insiste en la participación ciudadana, incluso se habla de su institucionalización, la realidad es otra, los sectores populares y sus organizaciones están ausentes de las decisiones que se toman afectando sus derechos.
En estos precisos días, unos y otros exigen una consulta popular para llamar a una constituyente. Se insiste en diversos eslóganes para hacer creer que la democracia es ir a votar. Se argumenta que la voluntad popular garantiza las decisiones y la democracia, lo cual parece lógico, pero llamar al pueblo solo a votar es totalmente inaceptable, para que sea válida y efectiva, tiene que ir acompañada del compromiso gubernamental de convertir los procesos electorales en un procedimiento para disminuir las inequidades y desigualdades sociales.
Es preocupante que los partidos políticos ya no tengan un proyecto de desarrollo y transformación del país, un proyecto que incluya a los sectores de la sociedad que dicen representar, los cuales mas bien quedan en el abandonado. Aunque por el contrario no nos sorprende que las diferencias ideológicas entre la infinidad agrupaciones políticas sea casi inexistente. Lo cual explica que el principal objetivo de éstas, es captar el poder para garantizar privilegios sectarios que dejan de lado las demandas ciudadanas y los conflictos sociales.
Se enfatiza que la partidocracia es la responsable de la pérdida de la identidad política, de la disminución de las condiciones de vida y de trabajo, etc. Cruda realidad que tiene que solo puede cambiar educando políticamente al pueblo. Tarea que debe iniciar con la niñez, enseñándoles y preparándoles para que conozcan cuáles son sus derechos y como defenderlos.
Una educación para la democracia, en la que los niños y jóvenes a partir del conocimiento de los hechos históricos, puedan evitar que la democracia solo sea un desiderátum que obliga a renunciar la soberanía y a reimplantar el sometimiento al servicio de la dominación imperial.