La historia
nos da cuenta que fueron los griegos quienes acuñaron el término democracia o
poder del pueblo, que hoy en el mundo entero se repite como un desiderátum que gracias
a la corrupción, no es más que el instrumento de los poderosos, para empobrecer
más a las clases populares.
Para la
democracia ecuatoriana es urgente una redefinición, una que esté acorde a la
utopía y a la esperanza de que nuestra democracia sea el gobierno a nombre del
pueblo, para el pueblo, pero con el pueblo. Y aunque se insiste en la participación
ciudadana, incluso se habla de su institucionalización, la realidad es otra, los
sectores populares y sus organizaciones están ausentes de las decisiones que se
toman afectando sus derechos.
En estos
precisos días, unos y otros exigen una consulta popular para llamar a una
constituyente. Se insiste en diversos eslóganes para hacer creer que la democracia
es ir a votar. Se argumenta que la voluntad popular garantiza las decisiones y la
democracia, lo cual parece lógico, pero llamar al pueblo solo a votar es totalmente
inaceptable, para que sea válida y efectiva, tiene que ir acompañada del
compromiso gubernamental de convertir los procesos electorales en un
procedimiento para disminuir las inequidades y desigualdades sociales.
Es preocupante
que los partidos políticos ya no tengan un proyecto de desarrollo y transformación
del país, un proyecto que incluya a los sectores de la sociedad que dicen
representar, los cuales mas bien quedan en el abandonado. Aunque por el
contrario no nos sorprende que las diferencias ideológicas entre la infinidad agrupaciones
políticas sea casi inexistente. Lo cual explica que el principal objetivo de éstas,
es captar el poder para garantizar privilegios sectarios que dejan de lado las
demandas ciudadanas y los conflictos sociales.
Se enfatiza
que la partidocracia es la responsable de la pérdida de la identidad política, de
la disminución de las condiciones de vida y de trabajo, etc. Cruda realidad que
tiene que solo puede cambiar educando políticamente al pueblo. Tarea que debe iniciar
con la niñez, enseñándoles y preparándoles para que conozcan cuáles son sus
derechos y como defenderlos.
Una educación para
la democracia, en la que los niños y jóvenes a partir del conocimiento de los
hechos históricos, puedan evitar que la democracia solo sea un desiderátum que
obliga a renunciar la soberanía y a reimplantar el sometimiento al servicio de
la dominación imperial.