Que lejos nos quedan los ideales de Espejo, Bolívar, Montalvo, Alfaro,
Bernardo Valdivieso, Miguel Riofrío. Una de las frases más destacadas de
Benjamín Carrión “Si no podemos, ni
debemos ser una potencia política, económica,… seamos una gran potencia de la
cultura, porque para eso nos autoriza nuestra historia”, se refiere a
potenciar una educación que llegue a todos los ciudadanos “del último rincón del mundo”.
Los
personajes citados no tuvieron propósitos teóricos de la tarea educativa, sin
duda su verdadero objetivo, fue el de participar activamente en la solución de
la problemática de su época con sus respectivas influencias y sus propias
convicciones, poniendo énfasis en formar el hombre nuevo con una educación de
pensamientos humanizadores y creadores, para que sean capaces de transformar la
sociedad. Es dentro de esta concepción, que ellos ofrecieron sus ideas acerca
de una educación vinculada a los proyectos políticos. Simón Bolívar, sentencia
“La educación ha de contribuir al bienestar de los
hombres, pero en primer lugar hay que liberar a los pueblos y elevar la
cultura, acabar con la ignorancia y formar una nueva conciencia”.
A lo largo de la historia política, no solamente la del Ecuador sino de
buena parte del planeta, la derecha o para decirlo con propiedad, quienes
defienden el decadente sistema capitalista han gobernado para empobrecer a los
sectores populares e imponer un sistema educativo de control del poder sobre
los ciudadanos. Ahora ya no necesitan estar en el poder, ahora lo hacen a sus
anchas desde las multinacionales y ONGs, desde donde, de manera particular en
el campo educativo nos imponen “proyectos
de…” para mejorar la educación por “competencias
y capacidades para crear y trabajar” o las “destrezas con criterios de desempeño” para aumentar la "eficiencia y productividad" de los
trabajadores, es decir, desde sus empresas quieren seguir decidiendo nuestros
destinos.
Ignorar
esta realidad, sólo nos llevará al debilitamiento de la propuesta educativa, es
lamentable que tras siete años de revolución educativa, no se haya trascendido
ni evaluado “el plan decenal” aprobado en el 2006. Una vez más se demuestra que
no es desde los ministerios donde se hace la revolución, sino que son los
actores de la educación, es decir, tecnócratas, docentes, padres de familia,
estudiantes y organizaciones sociales vinculadas a la educación. Tengamos
claro, que el gobierno de la revolución ciudadana, tanto en la Constitución de
la República con en la LOEI procura
generar las condiciones para que la educación pueda dar el gran cambio, sin
embargo, está aún distante, el día en que los sectores sociales asuman en la
práctica el verdadero protagonismo y las
riendas del cambio de la educación para la emancipación.
Durante
los más de 25 años que llevo de profesor, no he sentido como en los últimos
tiempos, la preocupación de miles de docentes jóvenes y no muy jóvenes respecto
de la supresión de partidas, desplazamiento, aumento de alumnos por clase,
entrega de bonos por su jubilación, desvalorización del trabajo de profesores
contratados, descuido de la capacitación y recategorización efectivas,
supresión de profesores de “asignaturas
especiales...” Los tecnócratas desconocen o no les importa, que la docencia
es un trabajo que exige dedicación exclusiva, que los docentes necesitan estar
física y mentalmente bien preparados para orientar a la niñez y juventud, para
cumplir con el mandato constitucional de que la educación se “constituya (en) instrumento de
transformación de la sociedad; (y) contribuya a la construcción del país, formando a las personas para la
emancipación, autonomía y el pleno ejercicio de sus libertades”.
Cuando
los docentes hablamos de educación, sabemos de lo que hablamos, puesto que
tenemos contacto directo con los estudiantes y con sus padres, conocemos sus
preocupaciones, escuchamos sus sugerencias y fomentamos el debate en la
comunidad educativa, muchas veces fuera de las cuarenta horas de trabajo, porque
entendemos que es la única forma de atacar los
problemas sociales. Sin embargo, vía decreto, se nos prohíbe hacer
evidente las falencias que se viven en la escuela o reclamar nuestros derechos.
Disponen, eso sí, que aceptemos a raja tabla las indicaciones que desde
despachos alejados de la realidad se ordenan respecto del currículo y otras
programaciones.
Los
y las docentes conocemos el marco legal educativo, pero nos gustaría que,
además de exigencias, se nos prestara un poco de atención y no se utilice las
leyes como una arma de control de las conciencias, que por el contrario que
confiemos en nuestras propias convicciones para hacer realidad “una educación que responda al interés
público y no al servicio de intereses corporativos”.