En el Ecuador de hoy, vivir se ha convertido en un acto de valentía. La inseguridad atraviesa la vida cotidiana como una sombra permanente, barrios dominados por el miedo, jóvenes empujados a elegir entre la migración forzada o la violencia. A esto se suma la falta de empleo digno, salarios que no alcanzan y un futuro cada vez más estrecho para millones de familias que a diario enfrentan la desesperanza.
Para muchas de ellas, incluso la Navidad se ha transformado en una utopía. Mientras algunos hablan de celebraciones y mesas llenas, otros apenas logran poner comida en el plato. La pobreza no solo quita lo material, también arrebata la posibilidad de compartir, de descansar, de soñar. En un país con abundantes recursos, la desigualdad convierte una fecha de unión en un recordatorio doloroso de las brechas sociales.
Frente a esta realidad, el gobierno camina de espaldas al pueblo. La consulta popular del 16 de noviembre dejó un mensaje claro: la ciudadanía dijo no a un proyecto que precariza más la vida, reduce derechos y pretende vender la sobrevivencia como progreso. Sin embargo, el terco inquilino de Carondelet insiste en imponer el mismo libreto, como si la derrota en las urnas no fuera una señal contundente.
Pero el pueblo no está hecho para resignarse. Cuando se nos pide conformarnos con el “mal menor”, crece la convicción de que no basta con sobrevivir. Vivir implica organizarnos, encontrarnos, hablar y escucharnos. Implica comprender que la diversidad nos fortalece. Cuando permitimos que las diferencias se usen para dividirnos, terminamos sirviendo a intereses ajenos y no a los nuestros.
Cuando la voluntad, la unidad y la solidaridad colectiva se pone en movimiento, renace la esperanza como herramienta para enfrentar un sistema capaz de producir hambre en un país rico en recursos. Hoy más que nunca necesitamos construir poder desde las bases, reconocer nuestra propia fuerza y luchar por educación, salud, salarios justos, empleo digno, seguridad sin militarización ciega, soberanía y democracia real.
Luchamos para que nuestros hijos no tengan que irse del país ni crecer entre balas, y también para que ninguna familia sienta que la dignidad o la Navidad son lujos inalcanzables. El Ecuador tiene memoria y una historia de luchas populares. Honrarla es protagonizar el presente, porque la felicidad no puede ser individual ni excluyente, es una causa para abrazarla todos.