El pasado 28 de enero se
recordó un año del asesinato del artífice del liberalismo en el Ecuador. Rememorar
este penoso acontecimiento, significa asumir con “el arma al brazo” su legado
político y social.
“Prohibido
olvidar” que la revolución liberal se gestó por las paupérrimas condiciones de
vida que llevaba nuestro pueblo, que fue el resultado del desarrollo de las
contradicciones entre las fuerzas productivas y de las relaciones comerciales
entre “serranos y costeños”, en las que jugaron un papel importante las ideas
preclaras y progresistas de la época, las que se manifestaron a plenitud sobre
la base del legado de unidad, soberanía y de una vida digna para todo el pueblo
iniciado por Espejo, Bolívar y Montalvo entre otros.
En el campo educativo
implica desarrollar un modelo que supere la estructura impregnada en el sistema
educativo, así el sueño Alfarista de que
la educación laica y gratuita sea la base de la “revolución educativa” y de la
construcción de la “Patria altiva y soberana” que promueve el gobierno actual,
se haga realidad.
Alfaro no fue un pedagogo,
sin embargo el aporte que dio a nuestra educación es valioso. Decretó la
libertad de cultos, estableció el laicismo en la educación, dio un gran impulso
a la escuela pública, fundó los normales. Quizá una de las primeras
reivindicaciones de la mujer, fue el acceso
de la mujer a la docencia.
Desde la perspectiva de
una educación por la emancipación, el laicismo es el referente de lucha de la
unión nacional de educadores el gremio magisterial, y especialmente de hombres y
mujeres progresistas que más allá de los mitos del emprendimiento impuestos por
la sociedad burguesa, siguen enarbolando su pensamiento.
La causa del protagonista
de la revolución liberal, del “Viejo Luchador”, que peleó por sus ideales hasta
su muerte, rememorémosla como él lo hizo, luchando contra los rezagos del
dependiente modelo educativo capitalista hasta su erradicación.