El viernes 18 de noviembre, vinieron burócratas de allá y junto a los de acá, al conmemorar los 202 años de independencia, resaltaron la fecha histórica y el coraje de Ramón Pinto, José María Peña, Manuel Zambrano, José Picoita, Nicolás García, entre otros hombres y mujeres progresistas y anónimos para la historia oficial, que salieron a las calles a respaldar las gestas libertarias de Guayaquil y Cuenca, con la esperanza de construir una patria nueva.
Al parecer el no arribo del Presidente Lasso, se debió a la apretada agenda, desde luego la fecha patriótica ni el Festival Internacional de las Artes Vivas al cual le ha disminuido el presupuesto tienen más importancia que sus zapatos rojos. No vino porque ahora no hay obras que inaugurar en Loja, ni siquiera las hay inconclusas. Los adlateres mencionaron una serie de ofrecimientos y un etcétera, etcétera de esperanzas. Empero, como cada año en esta fecha, los discursos se llenaron de pasión, sosteniendo la gestión o más bien, la consigna del “gobierno del encuentro” y protegiendo los intereses de los de siempre; mientras el pueblo, el verdadero pueblo, esta vez, a más de seguir luchando porque sus derechos no sean conculcados, clama por trabajo, por seguridad social y ciudadana.
Hay quienes hablan de la segunda independencia o de la independencia definitiva; sin embargo, el pueblo de a pie se sigue preguntando, cuál independencia, independencia de qué. Si desde la época republicana, para los sectores populares de la ciudad y el campo, los sueños de libertad, democracia y del ansiado buen vivir, siguen postergados.
Quizá lo más importante del proceso independentista, sean las ideas libertarias de Eugenio Espejo, Manuela Cañizares y de los patriotas del 10 de Agosto de 1809 masacrados al año siguiente, ideales que motivaron a todos los pueblos del Reino de Quito a luchar por su libertad. Cabe destacar, que el propio Mariscal Antonio José de Sucre, luego de la Batalla de Pichincha, agradeció al pueblo lojano, su aporte a la causa libertaria.
En esta gala novembrina, las autoridades locales, antes que preocuparse por las tradicionales caricaturas protocolarias, como el ofrecimiento del almuerzo con postre y vino imperial, debieron aprovechar el momento artístico cultural para mostrar actos concretos que nos permitan salir del atraso social, y exigir del Presidente Lasso los aportes económicos y políticos, que desde 1820 con la distancia histórica, aún a diario padecen las grandes mayorías.
No fue momento de escuchar a las autoridades nacionales y menos a las locales, ofrecernos oratorias al puro estilo escolar, mientras el pueblo sigue lamentándose “por sus cruentos martirios y de sus dolientes horas”. Tampoco es el momento de enmendar la Constitución para que la oligarquía y los grandes grupos económicos puedan asegurar sus capitales. Es preciso convocar una vez más, al espíritu libertario de los ecuatorianos, para exigir las políticas públicas que el país necesita para lograr las transformaciones profundas que concedan a todos los ecuatorianos mejores condiciones de vida.