"Vivimos en tiempos oscuros, donde las peores personas han perdido el miedo y las mejores han perdido la esperanza", he citado frases de la obra “Condición humana” de Johanna Arendt, filósofa y política alemana, porque me parecen vigentes precisamente ahora, en que la ansiedad por la vacuna contra el covid-19 invade a la población ecuatoriana y al mundo entero.
Se confirma que inevitablemente es necesario repasar la historia de los pueblos para no volver a repetirla, para aprender de los errores del pasado y comprender mejor el mundo que nos rodea. La pandemia que enfrentamos nos sorprende con conocer poco o nada sobre ella, lo que no permite que razonemos más allá de las consecuencias sanitarías, pues es igual de importante reflexionar sobre los trastornos sociales que golpean particularmente a los sectores populares. Obviamente es aún más grave que el gobierno no tome las medidas más adecuadas y oportunas para encarar la emergencia de salud y economía, que a veces parecen opuestas al sentido común de los ciudadanos.
La pandemia ha evidenciado su mayor impacto en el día a día, en las relaciones sociales y en el derecho a las libertades ciudadanas, primero, porque el gobierno dispuso un confinamiento que luego fue roto para salvar los capitales de la burguesía; luego dejó en la indefensión laboral a miles de ciudadanos. Hoy la salud, que se supone un derecho constitucional, se ha convertido en un peligroso instrumento de poder en manos del gobierno, que, en complicidad con la banca criolla e internacional, ha coartado también los derechos electorales a un amplio sector de los ecuatorianos al legitimar un fraude orquestado por el Consejo Nacional Electoral.
Por otro lado, el proceso de vacunación, indispensable para detener la pandemia, se ha visto rodeado de maniobras discriminatorias, a lo que se añade la incertidumbre sobre el alcance de su cobertura y el tiempo de espera para administrarla a toda la población, incluso se ha violentado como siempre, el propio cronograma elaborado por el Ministerio de Salud. Se llegó a la desfachatez de privatizar la vacunación autorizando al Rotary Club de Guayaquil, que aprovechando de sus influencias puso en práctica su lema de “dar de sí antes de pensar en sí” para vacunar a sus familiares.
Los ecuatorianos somos rehenes del sistema y de la banda de fanáticos neoliberales que con su odio a los demás ejercen el poder sin una pisca de humanidad. El pueblo de a pie pide a gritos que se tomen las mejores medidas para que la vacunación y las acciones básicas de protección y prevención sean responsabilidad exclusiva del ministerio de salud.
Duele que en el país crezcan las víctimas por Covid-19, duele más que el gobierno nacional despilfarre los recursos dejando al COE manejar la pandemia poniendo por delante mezquinos intereses de banqueros y grandes empresarios, en lugar de garantizar la salud y la vida de nuestra población, especialmente de aquellos que no gozan de la seguridad social.