Con o sin COVID-19, todos los días la mayoría de los ciudadanos luchamos en las calles contra la muerte y la pobreza, es una batalla infame que quienes ostentan el poder económico y político nos llevan a optar por el mal menor, la sobrevivencia. No nos conformamos y salimos a vivir, porque en este tiempo pandémico hay que hacer el tiempo de liberación. No hay espacio para descuidarnos, el futuro de nuestros hijos está en peligro, el nuestro también.
Las organizaciones sociales junto al pueblo no pueden esperar, en el camino se irán fortaleciendo. Aun con las incertidumbres a cuestas, hoy es tiempo de vivir y luchar. Por eso, en medio del temor al contagio y con las protecciones biosanitarias hay que salir a mostrarse y a mostrar el poder de la unidad popular, a encender el debate y defender nuestra propuesta, porque no es hora de especular. Necesitamos hablar, pero también escucharnos. Lo diferente es lo que complementa la verdad colectiva y empuja al pueblo al anhelado cambio.
Después del 10 de agosto de 1979 el país se encuentra en manos de un “caudillo llamado oligarquía” que ha venido representando y sirviendo a lo que ahora ellos mismos denominan partidocracia, esa clase política podrida y corrupta, populista y oportunista, además de relacionada con ciertos medios de comunicación que se encargan de la manipulación de las estrategias más cuestionables para turnarse y mantenerse en el poder hasta nuestros días. El mérito es, ser leales y actuar como títeres para cumplir las recetas del FMI.
Ya iniciada la campaña electoral, el conflicto no es propiamente contra la pandemia. Lo es entre la riqueza opulenta y la pobreza vergonzante. Entre los partidos de la derecha oligarca cuya demagogia parece caerse a pedazos; y el partido de los profesionales y servidores públicos honestos, de las amas de casa y los miles de desocupados, de los trabajadores y campesinos, de ese partido que precisamente lo encabeza un campesino, Yaku Pérez, a quien ni las frases de odio y racismo, ni la desinformación han hecho callar su voz denunciando la profunda crisis a la que han sometido al país.
Los ecuatorianos somos hijos de la historia que se escribió durante la colonia y la independencia, de la historia escrita por los miles de héroes anónimos que en busca de trabajo mueren a diario a causa de la pobreza y la delincuencia, realidad que la memoria colectiva parece ha olvidado. Por ello, la necesidad de reconocer la identidad de clase, ella determina y enriquece la identidad nacional. En febrero de 2021 estamos convocados por voluntad propia a resolver los problemas de nuestro pueblo, “porque esta vez no se trata de cambiar un presidente, será el pueblo quien construya un Ecuador bien diferente”.
Finalmente, en medio del evidente aumento de contagiados por COVID-19, iniciamos el año 2021 con el deseo ferviente de que en base a la unidad popular realmente tengamos un combativo y feliz año nuevo.