Para la mayoría de docentes que entre los últimos años optamos por el derecho a la jubilación, el bachillerato aconteció en medio de un período dictatorial; en 1971 el Doctor Velasco Ibarra, destituido por el Departamento de Estado Norteamericano por haber dialogado con Fidel Castro; en 1972 el General Guillermo Rodríguez Lara, que tuvo la audacia de denominar a su gobierno “nacionalista y revolucionario”; y de 1976 a 1979 un Consejo Supremo de Gobierno caracterizado por la represión a los sectores populares, encarcelando incluso a Monseñor Leónidas Proaño, obispo de Riobamba. En esas condiciones transcurrió nuestra etapa previa a la carrera magisterial.
Durante la formación y el ejercicio profesional hasta agosto del 2020, se dieron acontecimientos de múltiples luchas en calles y plazas, de protestas en exigencia de mejores condiciones de vida para el pueblo y en defensa de la educación pública. La disposición del magisterio fue de unidad y apoyo al deseo de cambio que se había instalado en el imaginario de la gente a partir de esos nefastos períodos y los que ocurrieron posteriormente hasta la actualidad. En este proceso de lucha, de rompimiento de temores, los docentes comprometidos con la sociedad nos volvimos insurgentes y críticos del autoritarismo imperante.
Desde los años ochenta del siglo anterior hasta la fecha, los docentes hemos ejercido la profesión en un escenario complejo y contradictorio. Por un lado, los derechos se conquistaban luego de intensas e incluso sangrientas jornadas de lucha; mientras a los pocos meses se aplicaban las recetas del FMI para castigar nuevamente al pueblo. Esta situación fortaleció la idea de que solamente la unidad salva al pueblo, cerramos filas sorteando obstáculos junto a la Unión Nacional de Educadores.
Eran tiempos en que la clase magisterial alcanzó su pleno desarrollo de unidad con los trabajadores, estudiantes, servidores públicos, campesinos, indígenas y sectores populares. Unidad que la codicia de los pseudo revolucionarios verde agüitas, intentó desmantelar paulatinamente utilizando la creación de sindicatos paralelos disfrazados de participación, sin autonomía pero si, burocratizados y obedientes.
En esta lucha, por supuesto que hemos coincidido en algunos espacios con las autoridades de educación y del trabajo, siempre para exigir se cumplan los derechos de los docentes y por una educación liberadora para todo el pueblo; pero siempre enfrentando, no solo las políticas que nos han llevado a la miseria, sino también a los burócratas que atornillados en sus cargos no daban paso al cumplimiento de la Constitución y las leyes.
Los docentes jóvenes, los más jóvenes, tienen que saber que sin atrincheramos solamente en las aulas, sino trascendiendo a las calles y plazas, junto a la UNE practicamos una educación liberadora desde las aulas y contestataria desde otros escenarios. Mas no todo fue unidad, también hubo divisionistas y sectarios que festejaron y aprobaron las dádivas de los gobiernos de turno, oportunistas que facilitaron la eliminación del escalafón docente para así poder acceder a cargos directivos en los planteles escolares, sin más mérito, que el de ser incondicionales al “amo”.