Tomado de: https://www.cancioneros.com/co/7895/2/la-historia-de-la-cancion-vasija-de-barro
Este mes se han cumplido 65 años de la composición
de la que es, seguramente, la canción ecuatoriana más conocida, la Vasija de
Barro. Este popular danzante se gestó de una forma coral en una noche de
borrachera en casa del pintor Oswaldo Guayasamín. Gonzalo Benítez cuenta esta
historia en su libro Gonzalo Benítez: tras una cortina de años del que
publicamos un fragmento
Me encontré en la calle Guayaquil con
el Oswaldo Guayasamín y nos invitó, pues, a una reunión en su casa para el
viernes siete de noviembre de 1950 a las siete de la noche; pero recién
podíamos ir después de la Radio a las nueve y media. "A la hora que
quieras", me dice, "y por favor invítale al (Luis Alberto) Valencia".
Así que fuimos a donde el Oswaldo,
pero no tenía la casa de ahora sino que vivía donde el papá, al frente de la
Basílica. Llegamos como a las diez y media y les encontramos ya medios
avanzados. Fuimos con una guitarrita mía que después rompió el Valencia en una
reyerta. No ve que le prestaba mi guitarra para sus serenatas; así, que él se
había defendido con la guitarra y me entregó el mango no más...
En la fiesta había unos 80 invitados
entre poetas, pintores y alumnos de la Escuela de Bellas Artes de La Alameda.
Ahí nos pidieron que cantemos y después del canto ya se hicieron grupos, así es
que me fui a donde tomaban menos y el Valencia se fue a donde estaban dándole
duro.
Ahí le veo al Jorge Carrera Andrade
que estaba ilusionado con un cuadro del Oswaldo llamado El Origen. El
cuadro estaba todavía fresco y hasta me manché los dedos. En la pintura había
una vasija de barro y, dentro de esta, unos esqueletos pequeños, de niños. El
Oswaldo explicó que los Incas enterraban a sus familiares dentro de la vasija
junto con alimentos. Se impresiona el Jorge Carrera y le vemos que se va a la
biblioteca, coge un libro y en la contratapa escribe una estrofa:
Yo quiero que a mí me entierren
como a mis antepasados
en el vientre oscuro y fresco
de una vasija de barro.
Nos impresionó a nosotros también...
Cuando en eso coge el libro el poeta Hugo Alemán y debajo escribe otra estrofa:
Cuando la vida se pierda
tras una cortina de años
vivirán a flor de tiempo
amores y desengaños.
Y para susto de todos coge el libro
el pintor Jaime Valencia que escribe un cuarteto muy lindo:
Arcilla cocida y dura
alma de verdes collados
barro y sangre de mis hombres
Sol de mis antepasados.
Entonces cogí el libro porque dije a
mí me toca poner alguna cosita, cuando en eso me arrancha el Jorge Enrique Adoum y me dice: "Ve vos después cantarás". Cogió el libro,
corrigió cosas y puso la cuarta estrofa:
De ti nací y a ti vuelvo
arcilla, vaso de barro
con mi muerte yazgo en ti
de tu polvo apasionado.
Terminado eso, se dieron las
vueltas, nadie sabía quién iba a poner música, qué se iba a hacer con la letra.
Serían las doce y media. Cuando le veo al Jorge Carrera Andrade que se acerca
donde mí con el libro. Entonces me dice: "Vea Gonzalo, esto con música
tiene que ser una belleza". Pensé y le dije: "Bueno", así es que
cogí la guitarra.
¿Y ahora qué hacía? El Potolo estaba
dándole al chupe y era muy difícil concentrarse con la bulla de la gente, pero
como ya le acepté, bajé unas gradas con luz que había al fondo, agarrado la
guitarra y el libro. Me demoré cerca de una hora y, cuando ya estuvo, regresé y
encontré a mi compañero Valencia medio dormido en un sillón.
Total que le levanto y le digo:
"Primero oíme cantar". No le gustó y me dice: "Pero vos le has
puesto un ritmo cadencioso". Le digo: "No, porque la música tiene que
estar de acuerdo al sentido de la letra". "No, me dice, ponéle ritmo
de albazo". Le dije que no, porque el ritmo de danzante es telúrico. No
acepto que le cambies.
Y como él siempre decía que es hincha
del Aucas y que nunca pierden, cuando mucho empatan, le dije que yo era de la
Liga y que ahora sí él iba a perder, ni siquiera a empatar. Así que le fui
obligando y, como tenía buen oído, aprendió rápido.
Ensayamos para hacer el dúo y cuando
cantamos la gente se emocionó tanto que se han pasado cantando hasta las seis
de la mañana. Yo me salí como a las dos, porque como no chupaba... Ahí nació la
Vasija de Barro, que ahora es cantada en todo el mundo. Yo mismo no creía.
Para que quede como documento, les
pedí a los que escribieron que firmen y yo también dibujé un pentagrama y
escribí los primeros compases. Entonces le dije a Valencia que firme también,
como él estaba cantando...Y así quedó.
Incorporamos la canción al repertorio
de las audiciones y seis años después, todavía nadie quería grabar esa pieza,
¿qué tal?
Así que fui donde Gustavo Müller de
Discos Nacional a decirle: "Tengo una canción muy bonita", y le canté
la Vasija de barro. No me dio ni la hora. No llegué ni a la segunda
parte porque me dio coraje. "No, no", me dice, "eso no es
comercial, eso no se va a vender". ¡Qué cosa más equivocada en que estaba!
Hasta que ya no le quise ni oír y me salí. Pero me dije: "A este tengo que
ganarle".
Incluso el Potolo se resistía a
cantar y me decía: "Más bien cantemos estotra canción porque esa ya está
en desuso". Ahí me daba iras. Me fui a mi casa —en la calle Imbabura, más
arriba de la 24 de Mayo—, recorté un cartoncito y me puse a pintar una vasija
de barro, le puse los pedacitos de hueso y le hice una portada de disco
poniéndole Vasija de barro en letras grandes, porque hasta ese momento
no tenía título la canción.
Volví para convencerle a Gustavo
Müller. Fui con mi dibujito y cuando me recibe le digo: "Verá, le he
traído este dibujo", y me dice: "Bonito está. A ver, ¿cómo es la
canción? Cántele porque no le oí bien".
Le canté otra vez y pregunta:
"¿Con qué instrumentos podemos grabar esto?". Le digo: "Con los
mismos que tenemos". "Entonces cite a ensayo a los músicos". Así
que reuní una orquesta de diez músicos. Al piano estaba Lucila Molestina de
Pólit; en la flauta, Eduardo Di Donato; y dirigió la orquesta Manuel Espín
(padre de Enrique Espín Yepez) y él mismo hizo los arreglos. Entonces hizo la
grabación Gustavo Müller que sabía grabar muy bien y era profesor de sonido.
Salió un disco con ocho temas y luego en un "estandar play". Esto
sucedió en 1956.
Cuando salió a la venta el disco, fui
al almacén y oigo una bulla grande y cuando pregunto, me dicen que abrieron a
las ocho de la mañana y a las once ya no había ni un disco. Se agotó el tiraje
y estaban apuraditos en hacer una edición mayor. Así fue.
Esta canción se volvió representativa
de la música ecuatoriana.