Con preocupación y una especie de ira reprimida el inspector escolar pedía a los estudiantes ayuden a mantener el orden, la limpieza y la seguridad del plantel. Cuándo podremos desde la escuela potenciar la participación de los estudiantes en estas tareas como un aspecto fundamental de su educación.
En una escuela descontextualizada en la que se habla retóricamente de valores, no se puede promover la adquisición de hábitos saludables, tampoco podrán los chicos ni de manera individual y menos comunitaria, responsabilizarse de los espacios que cohabitan.
Por suerte o por compromiso hay niños, niñas y jóvenes que exigen una escuela más auténtica, que sea menos teórica, previsible, aburrida y desconectada de la realidad. Mientras los padres de familia creen que la escuela durante la jornada escolar los forma para la vida, para muchos de los estudiantes, recién la vida empieza a la salida de clases y termina por la mañana, cuando ingresan al plantel donde ellos piensan que se les obliga a dejar fuera sus gustos, motivaciones e intereses, sus conocimientos y habilidades no académicas, sus ilusiones y sus sueños...
La idea de convertir la escuela en un espacio de preparación para la vida, como decía John Dewey, parece aún una imagen incierta e imprevisible, porque con un currículo basado en destrezas con criterios de desempeño y en el afán de acercarla a la realidad, parece que la estamos alejando de lo cotidiano, de los problemas del entorno escolar y comunitario. No son pocos los estudiantes que ven a la escuela como una especie de cárcel del siglo XIX en la que se cierran las puertas con llave, se tocan sirenas, se les hace controles excesivos y seguimientos que nada tienen que ver con su entorno natural y social de aprendizaje.
Hoy es preciso una escuela emancipadora que vincule el desarrollo de las capacidades con los espacios y procesos a los que están destinadas, que conjugue el aprendizaje con los problemas que los chicos enfrentan ahora y no mañana, para que no tengan la impresión de vivir su vida sino de que realmente la vivan.
Queda entonces a los docentes brindar más oportunidades a los estudiantes para acceder a espacios naturales y cotidianos, promover la capacidad de organizarse y decidir sobre los asuntos que les afectan, como son la limpieza, el orden y la seguridad. Es decir hay que contextualizar los aprendizajes, volverlos más prácticos, cotidianos y auténticos.
En una escuela descontextualizada en la que se habla retóricamente de valores, no se puede promover la adquisición de hábitos saludables, tampoco podrán los chicos ni de manera individual y menos comunitaria, responsabilizarse de los espacios que cohabitan.
Por suerte o por compromiso hay niños, niñas y jóvenes que exigen una escuela más auténtica, que sea menos teórica, previsible, aburrida y desconectada de la realidad. Mientras los padres de familia creen que la escuela durante la jornada escolar los forma para la vida, para muchos de los estudiantes, recién la vida empieza a la salida de clases y termina por la mañana, cuando ingresan al plantel donde ellos piensan que se les obliga a dejar fuera sus gustos, motivaciones e intereses, sus conocimientos y habilidades no académicas, sus ilusiones y sus sueños...
La idea de convertir la escuela en un espacio de preparación para la vida, como decía John Dewey, parece aún una imagen incierta e imprevisible, porque con un currículo basado en destrezas con criterios de desempeño y en el afán de acercarla a la realidad, parece que la estamos alejando de lo cotidiano, de los problemas del entorno escolar y comunitario. No son pocos los estudiantes que ven a la escuela como una especie de cárcel del siglo XIX en la que se cierran las puertas con llave, se tocan sirenas, se les hace controles excesivos y seguimientos que nada tienen que ver con su entorno natural y social de aprendizaje.
Hoy es preciso una escuela emancipadora que vincule el desarrollo de las capacidades con los espacios y procesos a los que están destinadas, que conjugue el aprendizaje con los problemas que los chicos enfrentan ahora y no mañana, para que no tengan la impresión de vivir su vida sino de que realmente la vivan.
Queda entonces a los docentes brindar más oportunidades a los estudiantes para acceder a espacios naturales y cotidianos, promover la capacidad de organizarse y decidir sobre los asuntos que les afectan, como son la limpieza, el orden y la seguridad. Es decir hay que contextualizar los aprendizajes, volverlos más prácticos, cotidianos y auténticos.