Sorprendidos por el terremoto del sábado anterior, volvimos a recordar nuestra historia y nuestras tragedias. Si en una cosa tienen razón los sectores populares que apoyaron al gobierno es cuando dicen que de la burguesía política no hay que confiarse, porque en las campañas electorales dicen una cosa y después en la realidad hacen otras, como por ejemplo aprovecharse de la tragedia actual, para cargar de nuevos impuestos que en la práctica afectan más a los mismos perjudicados.
Esta pericia desde luego no es reciente, es una herencia de vieja data. Los gobiernos siempre han tenido reticencias a tratar con las fuerzas políticas prefiriendo someterse a los organismos internacionales que son quienes imponen las políticas pragmáticas de buena relación con los poderes económicos, incluso haciéndoles renunciar a sus principios ideológicos y enfrentándolos con las organizaciones de base que en algún momento les apoyaron.
A las permanentes tragedias del pueblo, el 16 de abril último llegó una nueva a los ecuatorianos; un terremoto de más de 8 grados en la escala de Richter con epicentro en la costa esmeraldeña. Los sismógrafos han registrado decenas de réplicas. El terremoto ha afectado a seis provincias dejando casi en escombros a la población turística de Pedernales. Cifras oficiales indican que las víctimas mortales superan las 600, alrededor de 10.000 heridos, unas 400.000 personas sin hogar y más de 3.000 edificaciones destruidas. A estas calamidades se suma la evidente tragedia económica que ya vivía el país, esto sin contar que la capacidad del gobierno para atender los servicios básicos antes del terremoto era bastante limitada; ahora, a los sectores y municipios dónde la tragedia sísmica no afectó directamente, la atención y dotación de recursos económicos es casi inexistente.
La asistencia internacional especialmente de los países vecinos incluidos Cuba, es evidente. La población está ubicada en campos de refugiados, el gobierno trata de reorganizarse, claro que la dañada infraestructura tardará largo tiempo en recuperarse. Sin embargo, inmediatamente después del terremoto y en medio de la desolación, las banderas ecuatorianas empezaron a ondear a media asta por todo el país en señal de solidaridad y esperanza.
Tarea de los ecuatorianos y del gobierno, es que sin banderías políticas, ayudemos a los afectados a ponerse de pie. No con sentimentalismos, sino con la contribución efectiva, misma que debe convertirse en una especie de homenaje a las víctimas del terremoto.