Luego del “sacudón” electoral de febrero último, en el
que a pesar del ventajismo oficial, se dio un “revés” caracterizado, por el
“sectarismo”, la debilidad de los gobiernos autónomos y al menosprecio
a la oposición y a los movimientos locales, movimientos que ganaron gracias a
la sintonía con los intereses de la comunidad y no por las definiciones
ideológicas si acaso las tuvieron.
El oficialismo en su afán de
justificar el denominado “sacudón” o “revés”
electoral viene manejando la figura de la restauración conservadora, término
que es cacareado para denostar de forma maquiavélica con la misma
conceptualización neoliberal a los sectores progresistas y de izquierda, que son los que realmente han venido y siguen
luchando por que se instaure la democracia
participativa, justicia social, redistribución equitativa, reconocimiento, identidad,
etc.
Los revolucionarios del poder tienen
temor a la restauración conservadora no tanto porque es contraria al proceso
de la revolución ciudadana sino porque busca volver al pasado, a esa época
dictatorial en la que a todo aquel que protestaba se lo acusaba de atentar
contra la seguridad nacional y se le perseguía. Y desde luego, como lo dice el
Pájaro Febres Cordero, “nadie quiere que se restaure esa horrible y tenebrosa
época.”
La intención del discurso de la
restauración conservadora, cala más en el sector oportunista de la militancia
de país, quienes despistados y sin capacidad de análisis de los asuntos colectivos
y públicos, imitan y mal la perorata del primer mandatario, intentando
disfrazar como idénticas a la oposición popular con la oposición oligarca.
Al parecer la mentalidad
revolucionaria hoy entretenida con el trauma de la restauración conservadora,
impide mirar hacia los objetivos del buen vivir que deberían regir las
políticas revolucionarias y no las que facilitan las condiciones para que los
capitales multinacionales operen en el país satisfaciendo las demandas
económicas e ideológicas de los grupos conservadores.