Negar
que el Gobierno del Presidente Rafael Correa haya generado cambios significativos
en los campos socio político y económico sería una falacia. Puesto que, si bien
no en la medida como lo haría un gobierno socialista como se autodenominan, si
hay un cierto reordenamiento que ha reforzado la presencia estatal en esferas en las cuales la oligarquía neoliberal
tenía supremacía. Sin embargo, de ninguna manera se puede decir, que se trate
de una transformación estructural como la esperada por los sectores populares,
progresistas y de izquierda.
La
palestra política y mediática internacional le recuerdan desde su participación
en el gobierno interino de Alfredo Palacio y le reconocen como un gobernante
antiimperialista que impulsó un cambio radical en el sistema económico, ganando
cierta simpatía que supo aprovecharla en su posterior campaña de la “Revolución
Ciudadana”, propuesta que “sigue ganando”, pero que en la práctica no cuenta
con el apoyo de cuadros ideológicamente formados ni goza del respaldo de las
organizaciones populares, que se supone son la base de un movimiento
revolucionario y a las cuales por el contrario las combate.
Desde
el exterior le identifican como aliado a la política antiimperialista de Raúl
Castro, Nicolás Maduro, Evo Morales y Daniel Ortega quienes trabajan en
beneficio de sus pueblos y de América Latina. Sin duda que con algunas
exageraciones existe cierta afinidad con esos gobiernos. Sin embargo a nivel
interno, las apreciaciones en cuanto a su posición son muy contradictorias.
Mientras la derecha burguesa y fascista lo acusa de “dictador y promotor de
políticas comunistas fracasadas”; buena parte de los sectores populares y de
izquierda le tildan de haberse derechizado e incluso de haber traicionado el
proyecto de la revolución ciudadana.
Lo
cierto es, que debe buscarse consensos con los sectores populares y con la
oposición progresista sin confundirse con las posiciones oportunistas y pequeño
burguesas, que son quienes desde el propio Carondelet ponen en entredicho e impiden
la transformación estructural del Estado y la construcción del “nuevo país y el
buen vivir”.