Por Pedro Pierren
Tuve la dicha de conocer a monseñor
Leonidas Proaño durante más de 10 años en Reuniones nacionales, Encuentros
latinoamericanos de formación y en momentos de simple amistad. No hace falta
insistir en que fue y sigue siendo un gran personaje tanto en Ecuador como en
nuestro continente y al nivel internacional. Los homenajes anuales -ni hablar
de los libros y artículos sobre él- lo demuestran. Estos días sólo hace falta
mirar su imagen en las redes sociales ecuatorianas y latinoamericanas e
igualmente de España, Francia, Bélgica…
Este próximo 31
de agosto se cumple 32 años de su pascua. Falleció en 1988. Ese año estaba
estudiando en Roma: por celebrar su pascua hubo una misa de acción de gracias,
en español, en una gran, por no decir inmensa, iglesia de Roma llena de gentes,
con testimonios sobre él, cantos ecuatorianos, frases de él… una ‘fiesta’ de la
vida y del mensaje de monseñor Proaño. Me quedé felizmente sorprendido.
Monseñor Proaño había nacido en 1910 en
San Antonio de Ibarra, un pequeño pueblo de la provincia de Imbabura. Era hijo
único; sus padres eran campesinos y tejedores de los sombreros de paja
toquilla, mal llamados “de Panamá”… porque era de Panamá que salían para
Europa. Él aprendió a tejerlos… y cuenta que, adolescente, se le sangraba los
dedos. Sus padres eran de origen indígena y él se sentía orgulloso de ellos.
Decía: “Amo lo que tengo de indio”. En 1977 el mismo escribió su autobiografía:
“Creo en el hombre y en la comunidad”.
Fue ordenado sacerdote en 1936 y ejerció
su ministerio pastoral en la ciudad de Ibarra. Allí apoya el movimiento de la
‘Juventud Obrera Católica’ (JOC); publica la ‘Revista Excelsior’ y funda el
periódico ´La Verdad’. Se desempeña también como profesor en el Seminario de
Ibarra. En 1954 recibe la ordenación episcopal para la diócesis de Chimborazo.
Comienza su labor pastoral visitando las Comunidades indígenas de la provincia;
poco después decide entregarles las haciendas que poseía la diócesis.
De 1962 a 1965 participa en el Concilio
Vaticano 2°. En esos años crea las ‘Escuelas Radiofónicas Populares’ (ERPE) y
abre un ‘Centro de Estudios y Acción Social’ (CEAS). Al final del Concilio
firma, con unos 40 obispos mayoritariamente latinoamericanos, el “Pacto de las
Catacumbas” donde se comprometían a “vivir pobremente y al servicio de la
liberación de los pobres”. En 1968 participa en la 2ª Conferencia Episcopal
Latinoamericana en Medellín, Colombia, donde pronuncia una ponencia sobre
‘Pastoral liberadora’. Colabora intensamente para que esta Conferencia,
convocada para ‘aplicar las orientaciones del Concilio a la Iglesia
Latinoamericana’, sea la “Carta Magna de la Iglesia de los Pobres en América
latina”. En 1972 ayuda a la formación de la “Confederación de Pueblos de la
Nacionalidad Kichwa del Ecuador” (ECUARUNARI) que en 1986 se une con las
Organizaciones Indígenas de la Amazonía y de la Costa, para conformar la
“CONAIE” (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador).
Por su opción por los pobres y en
particular por los Indígenas que ayudó a despertar en su dignidad, sabiduría y
protagonismo, encontró muchas dificultades al nivel local, nacional y de parte
del Vaticano donde reinaban el papa Juan Pablo 2° y su brazo derecho el
cardenal Josef Ratzinger. Los terratenientes y otros gamonales de Chimborazo le
libraron una guerra sin cuartel. La dictadura militar no quedó atrás: en 1976
apresaron unos 17 obispos y más de 35 sacerdotes, religiosas y laicos que
monseñor había invitado para compartir experiencias pastorales, en el “Hogar de
Santa Cruz”, casa de formación teológico-pastoral-política y social al nivel
nacional y continental. Por denuncias y calumnias de otros obispos y del nuncio
de Ecuador, el Vaticano mandó, en 1973, un ‘visitador’ para que fiscalizara el
trabajo pastoral que se realizaba en la diócesis de Chimborazo. Nunca se
publicó las conclusiones, favorables a monseñor Proaño; pero el papa Pablo 6°
de aquella época comentó: “No puedo condenar a un obispo tan fiel al
Evangelio”.
En 1985, presenta su renuncia por límite
de edad (75 años) la cual es inmediatamente aceptada por el papa Juan Pablo 2°.
En los 3 años que preceden su pascua (1988), monseñor es la gran figura
latinoamericana de la Iglesia de los Pobres. Es llamado en muchos países de
Europa y en Estados Unidos para conferencias y reuniones; es postulado como
candidato al Premio Nobel de la Paz; recibe varios Doctorados Honoris Causa.
Hace unos 10 años sus escritos, entre los cuáles varios libros (El Evangelio
subversivo - Concientización, Evangelización y Política - Rupito), han sido
reconocidos como “Patrimonio Inmaterial del Ecuador”.
Monseñor Leonidas Proaño es enterrado en
San Antonio de Ibarra en una parcela familiar, donde había fundado una
Congregación Misionera. Ese lugar ha pasado a ser la memoria viva de monseñor
Leonidas Proaño, de su pastoral liberadora, de su valentía tranquila, de su
estatura profética y de su teología de la liberación. Su tumba es visitada cada
año por numerosos ‘peregrinos’ nacionales y extranjeros, cristianos de a pie,
teólogos de renombres, seguidores de decenas de países.
Hagamos memoria de este insigne
ecuatoriano en estos tiempos turbados por la voracidad de las oligarquías
ecuatorianas y sus cómplices nacionales que despedazan nuestro país. Sigamos
animados por el compromiso liberador de monseñor Leonidas Proaño. Pues nos
sigue diciendo: “O servimos la vida del Pueblo o somos cómplices de su muerte”.