Con el triunfo del actual Presidente, buena parte del pueblo ecuatoriano abrigó la posibilidad de que un gobierno de orientación progresista, cambiaría la estructura del Estado a favor de los sectores populares; y, que con la Constitución del 2008, se iniciaría un rumbo distinto al neoliberalismo. Sin embargo la posibilidad no es la realidad.
La bonanza petrolera fue la fuente para que, en una especie de baratillo populista, se construyan alianzas coyunturales tipo electoral, descuidando la verdadera alianza con las masas y con las organizaciones populares, a las que se pretendió someterlas al pensamiento único. Pero la caída del precio del crudo polarizó la lucha de clases, convirtiendo a todo aquel que se opone al caudillismo en desestabilizador de la democracia burguesa que promueve y defiende alianza país.
Los sectores populares y el propio Gobierno deben convencerse, que la dignidad no se fabrica ni se implora, se la conquista forjando la unidad, pero ello depende de cómo se logre el respaldo popular y de la preparación ideológica, moral y técnica de líderes para que ejerzan con honestidad y éxito lo que dispone la Constitución, y al mismo tiempo distinguir y confrontar a la derecha y al oportunismo, que también luchan por impedir los cambios fundamentales que los ecuatorianos necesitamos para lograr el anhelado buen vivir.
No solo se trata de hacer política para el pueblo, sino con el pueblo. No es aceptable continuar con la política del divide y reinaras, debilitando la institucionalidad de las organizaciones sociales y despotricando de las conquistas y de sus dirigentes cuando le son ajenos a sus objetivos y cálculos políticos. No puede hablarse de unidad utilizando las mismas muletillas y maniobras de la derecha, creando organizaciones paralelas y con un proselitismo goebbeliano convocar a la burocracia a protagonizar “vigilias”, dizque “para salvar la revolución”.
La lucha debe enfocarse contra el neoliberalismo y no contra el sindicalismo. Acaso olvidaron, si es que alguna vez aprendieron o lo leyeron, que el revolucionario, es ante todo un luchador social clasista, por tanto, unionista, honesto, solidario y ante todo humanista. El revolucionario respeta a las organizaciones y a las mazas y le interesa su porvenir, no les persigue ni encarcela. Por el contrario defiende la institucionalidad y lucha por la más amplia unidad popular para derrotar a la pobreza y al neoliberalismo.
Los sectores populares y el propio Gobierno deben convencerse, que la dignidad no se fabrica ni se implora, se la conquista forjando la unidad, pero ello depende de cómo se logre el respaldo popular y de la preparación ideológica, moral y técnica de líderes para que ejerzan con honestidad y éxito lo que dispone la Constitución, y al mismo tiempo distinguir y confrontar a la derecha y al oportunismo, que también luchan por impedir los cambios fundamentales que los ecuatorianos necesitamos para lograr el anhelado buen vivir.
No solo se trata de hacer política para el pueblo, sino con el pueblo. No es aceptable continuar con la política del divide y reinaras, debilitando la institucionalidad de las organizaciones sociales y despotricando de las conquistas y de sus dirigentes cuando le son ajenos a sus objetivos y cálculos políticos. No puede hablarse de unidad utilizando las mismas muletillas y maniobras de la derecha, creando organizaciones paralelas y con un proselitismo goebbeliano convocar a la burocracia a protagonizar “vigilias”, dizque “para salvar la revolución”.
La lucha debe enfocarse contra el neoliberalismo y no contra el sindicalismo. Acaso olvidaron, si es que alguna vez aprendieron o lo leyeron, que el revolucionario, es ante todo un luchador social clasista, por tanto, unionista, honesto, solidario y ante todo humanista. El revolucionario respeta a las organizaciones y a las mazas y le interesa su porvenir, no les persigue ni encarcela. Por el contrario defiende la institucionalidad y lucha por la más amplia unidad popular para derrotar a la pobreza y al neoliberalismo.