La discusión respecto de si son o no necesarios las tareas escolares, si son muchas o pocas, así como su efecto en el desempeño escolar, vuelven una vez más a la palestra pública.
Nuevamente son dos tres tecnócratas iluminados o de mentes lúcidas, a los que generalmente les apesta el consenso y la participación de los involucrados para la discusión y el análisis los temas importantes, son los que alborotan el sistema educativo con experimentos antojadizos que desconocen que las tareas escolares deben reflejar la naturaleza y calidad de las indicaciones dadas y de los objetivos planteados para ayudar a los estudiantes.
En el año 2005 la Ministra Consuelo Yanes, “prohibió a los profesores enviar deberes a los alumnos de hasta 10 años para que las hagan en casa”; el argumento de antaño fue que los chicos se estresan. En estos tiempos revolucionarios, el Ministro Espinosa ha manifestado que “con el objetivo de optimizar el tiempo de los estudiantes fuera de las aulas…, se regula la carga horaria para el desarrollo de tareas escolares de todos los niveles de educación y con ello contribuir al logro de los objetivos de aprendizaje propuestos en el currículo” ; el argumento ahora es que los chicos tienen poco tiempo para la recreación.
Al parecer en el Ministerio de Educación se desconoce que las tareas escolares son estrategias instruccionales y que por tanto para que sean eficaces se debe solucionar primero, los problemas de espacios físicos adecuados para el desarrollo y fortalecimiento de las actividades en el aula así como para la recreación; en segundo lugar, y aunque lo disponen en papeles, desconocen que en la práctica es importante mejorar los vínculos entre la escuela y los representantes, que no en pocas veces y a pesar de que recalcan “la gratuidad de la educación”, les imponen contribuciones económicas para el arreglo y mantenimiento de las aulas y del propio edificio; finalmente, mejorar radicalmente la capacitación y actualización profesional.
Lo cierto es que las tareas escolares no planificadas terminan convirtiéndose en una carga neurasténica para estudiantes, padres de familia y hasta para los propios docentes, además de profundizar las inequidades y las desigualdades entre los niños cuyos padres pueden brindarles apoyo en la casa y los que no.
La práctica y la experticia confirman que no podrá eliminarse las tareas escolares y menos por decreto sin un previo debate de lo que acontece en la realidad educativa nacional.