El próximo 18 de noviembre, burócratas de allá y de acá, al conmemorar los 195 años de independencia, resaltarán el canto patriótico y el coraje de Ramón Pinto, José María Peña, Manuel Zambrano, José Picoita, Nicolás García, que junto a hombres y mujeres progresistas, salieron a las calles a respaldar las gestas libertarias de Guayaquil y Cuenca, con la esperanza de construir una patria nueva.
Que el Jefe de Estado no vendrá debido a su agenda, o porque no le gusta inaugurar obras inconclusas; etc., etc. Empero, como cada año en esta fecha, los discursos se llenaran de pasión, sosteniendo la gestión revolucionaria y protegiendo los intereses de los de siempre; mientras el pueblo, el verdadero pueblo, seguirá luchando porque sus derechos no sean conculcados.
Hay quienes hablan de la segunda independencia o de la independencia definitiva; sin embargo, yo me sigo preguntando, cuál independencia, independencia de qué. Si desde la época republicana, para los sectores populares de la ciudad y el campo, los sueños de libertad, democracia y del ansiado buen vivir, siguen postergados.
Quizá lo más importante del proceso independentista, sean las ideas libertarias de Eugenio Espejo, Manuela Cañizares y de los patriotas del 10 de Agosto de 1809 masacrados al año siguiente, ideales que motivaron a todos los pueblos del Reino de Quito a luchar por su libertad. Cabe destacar, que el propio Mariscal Antonio José de Sucre, luego de la Batalla de Pichincha, agradeció al pueblo lojano, su aporte para la liberación de la Gran Colombia.
En esta gala novembrina, las autoridades locales, antes que preocuparse por las tradicionales caricaturas protocolarias, como el ofrecimiento del almuerzo con postre y vino revolucionario, deberían mostrar actos concretos que nos permitan salir del atraso social, económico y político, que al igual que en 1820, desde luego con la distancia histórica, aún padecemos.
No es el momento de escuchar a la burocracia cantar “Patria, tierra sagrada de honor y de hidalguía” al puro estilo de la Marsellesa, mientras el pueblo sigue lamentándose “por sus cruentos martirios y de sus dolientes horas”. Tampoco es el momento de enmendar la Constitución para venerar al caudillo. Es preciso convocar una vez más, al espíritu libertario de los ecuatorianos, para exigir las transformaciones profundas que el país necesita.