viernes, 17 de octubre de 2025

La represión en Otavalo y la masacre en Aztra capítulos distintos de la misma historia

   En el corazón de la provincia de Imbabura, donde florece la memoria ancestral y la rebeldía comunitaria, se libra hoy una de las batallas más feroces contra el autoritarismo neoliberal que carcome al Ecuador. Otavalo, tierra de dignidad indígena y economía solidaria, está bajo ataque. No es una metáfora; hay tanques, soldados, armas, gases y detenciones arbitrarias. La represión ya no se disfraza de diálogo. Se disfraza de “convoy humanitario”, de “seguridad nacional”, de “estado de excepción”.

Esta ofensiva no es nueva. Hace 48 años, el 18 de octubre de 1977, la dictadura militar, presidida por el Gral. Alfredo Poveda Burbano, ejecutó la masacre de Aztra en La Troncal. Más de 100 obreros del ingenio, junto a sus familias, fueron asesinados por exigir salarios justos, contrato colectivo y participación en utilidades. La represión fue ordenada para proteger a los grupos empresariales de los Noboa, Valdez, Ponce Luque. Los trabajadores, desarmados y traicionados, fueron acribillados, mutilados, calcinados y desaparecidos. Su crimen fue organizarse y exigir lo que les correspondía por ley.

Hoy, Daniel Noboa repite el libreto de sus antecesores: reprimir, dividir, despojar. La consulta popular que impulsa no busca soluciones reales, sino legalizar el saqueo. En nombre de una falsa “seguridad”, militariza territorios, desmantela derechos laborales y colectivos, persigue a líderes sociales y profundiza el modelo de país-hacienda, donde el pueblo es visto como estorbo, no como soberano.

Otavalo, con su comercio justo, sabiduría ancestral y organización comunitaria, representa una amenaza para el modelo burgués, por eso lo atacan. Como Aztra, es símbolo de dignidad que no se arrodilla, que se informa, se organiza y resiste. La masacre de Aztra es una herida abierta que nos recuerda que la lucha obrera sigue vigente.

La represión en Otavalo y la masacre en Aztra son capítulos distintos de la misma historia: la de una clase dominante que responde con violencia a cualquier intento de transformación social. Pero también es la historia de un pueblo que no olvida, que no se doblega y que no deja de luchar.

Que sepan que cada bala que disparan contra el pueblo es un grito de dignidad que se multiplica; cada intento de borrar nuestra memoria enciende más la rebeldía. Es hora de alzar la voz. ¡No más silencio, no más miedo!