viernes, 26 de septiembre de 2025

Neoliberalismo educativo contra el pensamiento crítico

   Una maniobra habilidosa del lenguaje intenta hacernos olvidar un país sumido en violencia, desigualdad y dependencia. Opinadores pendientes de la mano que les da de comer, ocupan redes insociales buscando likes para saciar su ego y alimentar el ruido mediático, circulan noticias falsas y discursos vacíos que se vuelven rentables, incluso cuando la realidad demuestra cifras alarmantes de pobreza, migración forzada y colapso institucional.

Mientras tanto, funcionarios públicos del gobierno reproducen el mismo guion aprendido en manuales de gobernanza neoliberal. Desde el extranjero, y especialmente desde los centros de poder económico como EE-UU o el FMI, se dicta la agenda: reformas estructurales, reducción del Estado, privatización y mano dura. El discurso de seguridad y orden, como el de la lucha contra el narcotráfico, sirve para encubrir un modelo que ignora los derechos humanos, empobrece a las mayorías y criminaliza cualquier resistencia. Las decisiones del Gobierno ecuatoriano, en temas cruciales como Palestina, también reflejan esta alineación sumisa y sin soberanía.

En el plano nacional, avanza una educación domesticada y subordinada al modelo neoliberal. En lugar de cultivar pensamiento crítico y conciencia histórica, se impone una narrativa tecnocrática, despolitizada y funcional a los intereses del poder. El gobierno convierte las aulas en espacios de obediencia, donde los contenidos responden a las exigencias del mercado, no a las necesidades sociales. Se persigue a los dirigentes de la UNE y a docentes que defienden una educación emancipadora, crítica y transformadora. Además, se prohíbe a los docentes hablar de injusticias, derechos o realidades incómodas, silenciando toda voz que cuestione el orden establecido.

Así, se desestima la historia, la filosofía y las ciencias sociales, disciplinas incómodas para quienes temen que se revele la corrupción estatal. Se forma a jóvenes para ser empleados, no ciudadanos críticos. Se promueve una “libertad de enseñanza” entre comillas, que restringe la libertad de pensamiento, y se desacredita toda voz disidente tildándola de ideológica, cuando lo ideológico, el modelo neoliberal, ya está naturalizado.

Todo se reduce a un discurso audaz para victimizarse y atacar a la oposición. Discusiones redundantes sobre si lo que ocurre en Gaza debe llamarse genocidio. O si las protestas contra el alza de los combustibles se criminalizan para desviar la atención de la crisis. Mientras tanto, los medios hegemónicos cumplen el rol de proteger a quienes gobiernan para el capital y silenciar a quienes intentan pensar más allá.