Durante el presente gobierno, el pueblo ecuatoriano enfrenta problemas críticos que afectan su calidad de vida y dignidad. La violencia y el crimen organizado se han disparado, generando miedo e inseguridad en todo el país. No se puede vivir con miedo ni bajo el yugo del crimen mientras el Estado permanece ausente o ineficaz.
La crisis económica golpea con fuerza: el desempleo crece, la informalidad se expande y la inflación destruye el poder adquisitivo. El pueblo trabaja y no le alcanza. Nos preguntamos: ¿Dónde están las soluciones? ¿Por qué siempre paga el pueblo de pie mientras las élites se enriquecen más?
El sistema de salud y la educación pública muestran un abandono alarmante por disminución del presupuesto estatal. La salud no es un lujo, y la educación no debe ser privilegio de unos pocos. A esto se suman protestas legítimas contra reformas laborales y tributarias que solo benefician a los poderosos. En cambio, el gobierno organiza contramarchas para medir su popularidad, desviando la atención de los verdaderos problemas. El pueblo clama por justicia, transparencia y un Estado que respete sus derechos, no uno que ignore su sufrimiento y lo abandone.
Un político que de verdad quiera entender al pueblo debería vivir como un trabajador: con sueldos bajos, sin contratos dignos, con miedo al despido y sin acceso real a salud ni educación. Que sienta lo que es amanecer antes del sol, tomar un bus lleno, aguantar horas de trabajo mal pagado y volver a casa sin saber si alcanza para la comida del mes.
Los políticos de turno, apenas llegan al poder, tienen latisueldos, oficinas con aire acondicionado, choferes y guardaespaldas. Los asambleístas, en dos o tres días aprueban leyes que enriquecen a banqueros, grandes empresarios y evasores de impuestos. En cambio, las leyes que ayudarían al pueblo se diluyen, y si luego de 4 o 5 años, las aprueban, ya no sirven.
Basta de vender promesas mientras el trabajador vive endeudado, precarizado y olvidado. La gente no vive de discursos, vive de trabajo, y exige respuestas, no limosnas. Pero si los politiqueros no quieren ver la realidad, que se bajen del pedestal y caminen con nosotros. Porque el pueblo ya no aguanta. Y cuando el pueblo se levanta, no hay represión que lo detenga.