Como todo proceso de opresión, en este caso colonizador y de sometimiento colonialista impuesto hasta nuestros días, hubo resistencia contra los invasores desde el mismo fatídico año de 1492, resistencia que ha servido para resguardar algunas de las formas de organización y valores ancestrales de nuestros pueblos, que hoy perduran como una reafirmación de la lucha por la soberanía y liberación nacional y en contra de la oligarquía criolla y del capitalismo voraz continuadores del coloniaje español.
No obstante, los más de quinientos treinta años de recordación de este tropezón histórico, debe convocarnos no sólo a la reflexión teórica sino de manera particular, a la profundización de los esfuerzos por el fortalecimiento de la unidad de nuestros pueblos y nacionalidades para aprovechar de la diversidad del entretejido sociocultural y político para construir una patria justa y solidaria, donde el pueblo tenga una vida digna, para lo cual, obviamente hay que cambiar la teoría de la dependencia por los procesos de liberación a través de la participación, la investigación social y la creación de un sistema educativo nuevo, emancipador.
Vuelve a cobrar actualidad la educación para la emancipación que Paulo Freire nos propuso, como parte de la “batalla cultural por la descolonización de nuestros pueblos”. A los docentes nos corresponde continuar su legado, impulsando una educación que Freire llama “de la resistencia y de la creación; de la insurrección y de la emancipación” frente al poder neocolonial, al poder neoliberal que desde el Estado insiste en una educación para la dependencia y el control del imaginario ancestral de nuestros pueblos, incluso imponiéndonos los términos de qué aprender, qué sentir, qué desear, qué creer, qué hacer.
Es tarea primordial a partir de las aulas trabajar la educación liberadora que Freire nos propone, es decir una educación para combatir los diferentes modos de deshumanizarnos, por una educación que forme personas idóneas de aprovechar sus capacidades para contribuir al desarrollo del país, una educación que, en base a la unidad, a la cooperación y solidaridad nos permita reconocer que “el hombre (y mujer) nuevos sólo pueden formarse y transformarse colectivamente, imaginando el cambio social” desde la escuela para hacer realidad el sueño de gozar de una vida digna para todo el pueblo.