viernes, 18 de diciembre de 2020

Ni atados a la burguesía ni aislados del pueblo

     A un año de la aparición y declaratoria de la pandemia por COVID-19, en China, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos, se ha empezado a vacunar, mientras en los pueblos del sur, la esperanza de recibir la ansiada vacuna deja al descubierto las desigualdades sociales, el racismo y revela aún más la inmoralidad del imperialismo, que ha acaparado la producción de las vacunas en cantidades considerablemente mayores a las necesarias, relegando a los países más pobres para mediados del 2021 y probablemente hasta el 2022 la inoculación que podría salvar sus vidas.
     Ni la pandemia actual ni las desigualdades sociales son nuevas ni responden a la voluntad divina. El filósofo Jacques Rousseau en 1755 sostuvo que “la desigualdad social y política no es natural, que es el resultado de la propiedad privada y de los abusos de aquellos que se apropian para sí de la riqueza de los pueblos”. Esto describe al modelo capitalista como el generador de las injusticias sociales a nivel mundial, confirmando que una pequeña parte de la población denominada oligarquía tiene el poder y el control social y económico sobre la mayoría de los ciudadanos y de los pueblos.
     El presidente Moreno, al igual que los anteriores, ha concedido cada vez más poder a las élites políticas de la oligarquía, con las que gobierna paralelamente, o si se quiere, de manera invisible a través de las corporaciones empresariales y financieras que llegan a tener una inmensa potestad política y legal, con ello someten al Estado a mayor endeudamiento y a las recetas del FMI aprovechándose de ello para evadir el pago de impuestos, disminuir la inversión en los servicios sociales para luego privatizarlos. Además con el cuento de agrandar la productividad y ser más competitivos, empeoran las condiciones salariales y laborales de los trabajadores aumentando los índices de desempleo, a consecuencia de lo cual crece el descontento popular y la pobreza.
     A lo largo de la historia el sistema político ecuatoriano ha funcionado como un bingo de la corrupción, en el que se reparten los puestos burocráticos y las candidaturas según los aportes económicos, “a más dinero, más encumbrada tu candidatura”. Esto caracteriza la democracia burguesa, que deriva en una política sin lealtades ni responsabilidades entre candidatos, partidos y sociedad. La única meta de la burguesía es “rentabilizar sus aportes de campaña” por medio de la coima en la contratación de obras públicas y el cobro de “diezmos” a los servidores públicos.
     Finalmente, para despecho de quienes dicen que la movilización no es necesaria porque el gobierno soluciona con dádivas los problemas sociales, están equivocados. Hoy la movilización y la formación política cobran mayor fuerza. La posibilidad de un gobierno con Yaku Pérez significa para los sectores populares defender desde la unidad popular nuestros derechos y administrar el país no atados a la burguesía ni tampoco aislados del pueblo. Es la posibilidad de solucionar las necesidades de la vida cotidiana y de construir el país que soñamos.