El pasado miércoles en todo el
mundo se recordó el Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer, fecha
que trae a la memoria el asesinato de las Hermanas Mirabal. Tres mujeres que
por combatir la tiranía trujillana en República Dominicana, fueron encarcelas,
torturadas, violadas; y a pesar de ello, al salir, siguieron luchando por las
libertades, aunque luego, el 25 de noviembre de 1960, fueron asesinadas.
No es justo, que transcurridos
más de cincuenta años, aún se siga rememorando este aterrador crimen como
símbolo de la no violencia. Esta fecha debe ser una oportunidad para que
hombres y mujeres renovemos el compromiso de trabajar para prevenir y erradicar
todas las formas de violencia contra las mujeres, las niñas; y, contra todas
las personas que de una u otra manera son vulnerables en sus derechos.
Durante esta semana,
organizaciones públicas, sociales y educativas, conscientes que las
declaraciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y de varios
Estados, lamentablemente se han quedado solo en eso, en declaratorias, han
programado presentaciones artísticas, foros, encuentros, conferencias,
periódicos murales, etc., etc., para recordar este doloroso y a la vez heroico
acontecimiento. La idea latente y común es el de impulsar un cambio de actitud
en la ciudadanía respecto de los casos de acoso sexual, sufrimiento o maltrato
físico, privación de la libertad, y la más grave, el femicidio, males que aún
se dan en la mayoría de las ciudades.
Debe quedarnos claro, que el
desarrollo de los pueblos y las condiciones básicas para el buen vivir, se
miden primordialmente por la eliminación de todas las formas de discriminación
y exclusión contra la mujer; y, por el mejoramiento de las condiciones de vida
de la mujer, de todas las mujeres, de todo el pueblo.
Tampoco hay que olvidar, que la
violencia contra la mujer es un hecho antiguo y cotidiano, producto de las
desigualdades de poder. Pero no solamente del poder machista, sino
particularmente de las relaciones de poder de la clase dominante en los gobiernos
de turno sobre las clases populares, que incluso, han institucionalizado la
disminución de los derechos humanos de la mujer y de las niñas, que siendo
parte inalienable, integral e indivisible de los derechos humanos universales,
dudan o ponen cortapisas para su pleno ejercicio.