viernes, 11 de septiembre de 2015

Del derecho al silencio al derecho a la resistencia



La declaraciones del Presidente Correa, “de haber cedido a la novelería del muchacho de 60 años”, quien le habría pedido incluir el derecho a la resistencia en la Constitución de Montecristi, dejan en evidencia quien fue el verdadero jefe de redacción de la misma y la intención de cumplir la Carta Magna según sus conveniencias.

A criterio del Mandatario, el derecho de los individuos y colectivos a ejercer el derecho a la garantizado en el artículo 98 de la Constitución, está siendo utilizado por la CONAIE y el FUT para desestabilizar al Gobierno.

Conocedores del tema reafirman, que el derecho a la resistencia está presente en la mayoría de constituciones del mundo, que efectivamente sirve, para que el pueblo, pueda en forma individual o colectiva exigir que sus derechos no sean atropellos por los poderes públicos.

El sector empresarial y la derecha política, invocando a Bolívar en el sentido de que “el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de seguridad social y estabilidad política”, a su debido tiempo manifestaban que el referido artículo 98, abre las puertas para que los trabajadores y grupos de izquierda hagan polémica de todo, promoviendo movilizaciones y confrontaciones de inesperadas consecuencias.

El haber cesado al Congreso Nacional de 2007, fue un acto constitucional, sin embargo también fue una demostración de arrogancia casi similar al hecho actual de mantener una Asamblea Nacional sumisa al Poder Ejecutivo y despojada de su esencia legislativa, que ratifica la herencia política e ideológica de la derecha oligárquica presente en el actual gobierno.

Es penoso que la burocracia para asegurarse el poder y permanencia en el Gobierno, además de recurrir a la exagerada propaganda política y al culto a la personalidad, utilice medidas policiales o de persecución contra líderes populares y de oposición política.

Todos los ecuatorianos debemos reclamar el reconocimiento no solo del derecho a la resistencia sino de nuevos derechos que garanticen el anhelado buen vivir. No hacerlo, sería avalar un régimen autoritario que a pesar de denominarse revolucionario, poco a poco va encarnando una forma de organización caudillista.

No podemos seguir hablando del derecho a la resistencia un día y luego acogernos al derecho al silencio, porque nos resulta más cómodo o por miedo.