La declaraciones del Presidente Correa, “de
haber cedido a la novelería del muchacho de 60 años”, quien le habría pedido incluir
el derecho a la resistencia en la Constitución de Montecristi, dejan en
evidencia quien fue el verdadero jefe de redacción de la misma y la intención
de cumplir la Carta Magna según sus conveniencias.
A criterio del Mandatario, el derecho de
los individuos y colectivos a ejercer el derecho a la garantizado en el artículo
98 de la Constitución, está siendo utilizado por la CONAIE y el FUT para
desestabilizar al Gobierno.
Conocedores del tema reafirman, que el
derecho a la resistencia está presente en la mayoría de constituciones del mundo,
que efectivamente sirve, para que el pueblo, pueda en forma individual o
colectiva exigir que sus derechos no sean atropellos por los poderes públicos.
El sector empresarial y la derecha
política, invocando a Bolívar en el sentido de que “el sistema de gobierno más
perfecto es aquel que produce mayor suma de seguridad social y estabilidad
política”, a su debido tiempo manifestaban que el referido artículo 98, abre
las puertas para que los trabajadores y grupos de izquierda hagan polémica de
todo, promoviendo movilizaciones y confrontaciones de inesperadas consecuencias.
El haber cesado al Congreso Nacional de
2007, fue un acto constitucional, sin embargo también fue una demostración de
arrogancia casi similar al hecho actual de mantener una Asamblea Nacional
sumisa al Poder Ejecutivo y despojada de su esencia legislativa, que ratifica
la herencia política e ideológica de la derecha oligárquica presente en el
actual gobierno.
Es penoso que la burocracia para
asegurarse el poder y permanencia en el Gobierno, además de recurrir a la
exagerada propaganda política y al culto a la personalidad, utilice medidas
policiales o de persecución contra líderes populares y de oposición política.
Todos los ecuatorianos debemos reclamar
el reconocimiento no solo del derecho a la resistencia sino de nuevos derechos
que garanticen el anhelado buen vivir. No hacerlo, sería avalar un régimen
autoritario que a pesar de denominarse revolucionario, poco a poco va
encarnando una forma de organización caudillista.
No podemos seguir hablando del derecho a
la resistencia un día y luego acogernos al derecho al silencio, porque nos
resulta más cómodo o por miedo.