“La libertad no se implora de rodillas, se conquista en los campos de batalla”. Eloy Alfaro
Hoy, como ayer, la historia se repite; los amos cambian de rostro, pero no de esencia. Antes fueron encomenderos y hacendados; hoy son banqueros, empresarios y políticos serviles al Fondo Monetario Internacional y a los intereses de EE.UU. Frente a ellos emergen los nuevos “criados”, dispuestos a vender a su propia gente con tal de mantener sus privilegios intactos. Pero también surge un pueblo consciente, organizado y rebelde, que no acepta la sumisión y se levanta decidido a romper las cadenas.
El gobierno de Daniel Noboa encarna ese rumbo. Se autoproclama renovador, pero se sostiene en un autoritarismo creciente, en leyes inconstitucionales y en la manipulación de la seguridad como pretexto. A través de “troles” legislativos que deforman decenas de normas, promueve un Estado sumiso al capital mientras el pueblo sufre asesinatos récord, desempleo, crisis educativa y sanitaria, y hasta la amenaza de convertir Galápagos en portaviones de la potencia yanki.
Como antaño, la resistencia nace y sobrevive de la memoria. En la sociedad contemporánea, ese rol lo cumple la Corte Constitucional; último dique frente a la arbitrariedad del poder. Sin embargo, Noboa ha desatado una guerra contra ella. Rodeado de militares y policías, acusa a los jueces de “enemigos del pueblo”, expone públicamente sus rostros y amenaza con reformas para destituirlos con una simple mayoría. Se suman marchas y campañas orquestadas con recursos estatales, que buscan quebrar el único organismo independiente del país y silenciar las voces que aún defienden la educación, la salud y la justicia social.
La Constitución quizá no sea la mejor, pero no es un adorno ni un papel vacío: es el pacto popular más profundo de nuestra historia, fruto de luchas por una democracia real, plurinacional e incluyente. Atacarla equivale a traicionar al pueblo, a la memoria y a la dignidad colectiva. Defenderla, en cambio, es defender la educación pública, la cultura y la identidad, y sostener el derecho a decidir nuestro destino sin imposiciones de élites oligarcas ni potencias extranjeras.
Como señalaba Eloy Alfaro, “La libertad no se implora de rodillas, se conquista en los campos de batalla”. Hoy, frente al autoritarismo de Noboa, la historia nos llama a andar con cabeza y corazón, a defender la Constitución como bandera del pueblo y a castigar a los traidores de la democracia.