La Marcha Indígena y Popular que recorrió buena
parte de la serranía ecuatoriana, fue una celebración de la lucha por la vida y
la dignidad, sirvió además para que la ciudadanía de a pie, reflexione acerca
de su compromiso con la democracia y la libertad.
Cuando la marcha arribaba
hacia la Plaza de la Independencia, autoridades y militantes de AP junto al mal
tiempo, quisieron “aguar la fiesta”. Sin embargo, a fuerza unidad, consignas y confianza,
la marcha continuó. Entonces entendí que los ideales siempre vencen y la
voluntad se manifiesta en organización y solidaridad imprescindibles para
derrotar definitivamente a cualquier sistema perverso, incapaz de compartir la
riqueza en un país hecho de riqueza.
La memoria colectiva nos recuerda que en las luchas
sociales, no hay empates; que mientras persistan gobiernos capitalistas
disfrazados de progresistas o revolucionarios habrá postergación y miseria. La
burguesía solamente ofrece la posibilidad de sobrevivir y optar por el mal
menor. Por eso la marcha fue el espacio para forjar la unidad y solidaridad,
para que no nos conformemos y salgamos a celebrar la vida resistiendo a la
prepotencia.
Una de las marchantes a su paso por Loja manifestaba
“que hay que valorar la sobrevivencia, pero que no hay tiempo que perder, que la
democracia está en peligro, el futuro de nuestros hijos también… que en esta
marcha tal vez falten más cosas, pero no podemos esperar, en el camino nos
iremos mejorando”. Y efectivamente, quizá con incertidumbres pero la marcha
avanzó fortalecida. Indígenas, campesinos, trabajadores y líderes populares
marcharon mostrándonos su voluntad y dignidad, exigiendo el verdadero debate,
porque no es hora de especular.
Urge un dialogo nacional para hablar, pero asimismo
para escuchar. Lo diferente es lo que nos complementa. Precisamente ahora es
“prohibido olvidar” que cuando lo distinto es utilizado como excusa para
fracturarnos o dividirnos, como lo hace el oficialismo, termina ganando la
ideología de los que mandan, de los que quieren mantenernos sumisos, no la
nuestra. Pero
ello, hay que perder el miedo y dejar las vacilaciones. Es
necesario cambiarnos a nosotros mismos para construir el país equitativo y
soberano que soñamos para nuestros hijos. Allí radica nuestra fuerza, nuestra esperanza.