viernes, 15 de noviembre de 2019

18 de Noviembre de 1820 - Independencia de Loja

 “En algún lugar de la noche, la historia resurge en llamaradas y el nombre de la patria se escribe con luces danzantes, pero la parafernalia del pasado ostenta un vicio y en una disimulada ausencia se elude la versión de los vencidos”  Doseret, docente latinoamericano

Los regímenes emanados de la Independencia ecuatoriana edificaron a los ídolos y a los caudillos de la historia oficial, creando estampas de un paisaje campirano como sinónimo de nacionalismo, y construyeron mitos que se divulgaron a través del arte y la educación: murales, libros de texto, monumentos, festejos solemnes y desfiles "cívico-militares" fueron los vehículos para fortalecer una identidad nacional centrada en la figura del héroe y la epopeya. Sin embargo, en la actualidad, con los valores independentistas casi diluidos en un contexto de globalización y con las presiones de los poderes de turno, la propagación del patriotismo se convierte en un argumento más dentro de la industria del entretenimiento.

Es esencial que los ciudadanos, y especialmente la niñez y juventud lojana, comprendan la complejidad de estos eventos históricos. En el caso de la Independencia de Loja, el pronunciamiento fue saboteado por el entonces alcalde de la ciudad, don Pío de Valdivieso, quien consideraba que mantenerse bajo la realeza española aseguraba mayor estabilidad y bienestar, aunque claramente estos beneficios estaban reservados para una élite que mantenía una lealtad sumisa hacia la “Corona Española”. Este personaje, aún frente a las crecientes demandas de libertad, simulaba respetar el movimiento patriótico, al que despectivamente describía como un “débil movimiento de cuatro o cinco hombres, acompañados de unos cuantos chiquillos con tambores y pitos que proclamaban ‘¡Viva la Libertad y la Patria!’”.

Hoy, en cambio, la celebración de la Independencia de Loja y de otras ciudades se extiende durante días, con espectáculos multimedia organizados por los gobiernos nacional y seccional. Estos eventos, que cuestan miles de dólares, logran atraer a grandes audiencias, pero muchas veces se centran en el aspecto visual y sensorial, dejando de lado la reflexión sobre los valores y significados de la independencia. Esta falta de profundidad en la conmemoración de hechos históricos importantes diluye el valor de las gestas y los sacrificios que han permitido construir una nación libre e independiente.

Es necesario que los docentes asuman la responsabilidad de transmitir la historia desde una perspectiva auténtica y profunda, que permita a los estudiantes valorar los verdaderos destellos de la memoria colectiva de los pueblos. La educación debería enfocarse en conectar a los jóvenes con los valores cívicos que se desprenden de estos episodios históricos: la valentía, el amor por la justicia y la lucha por la libertad. La historia oficial, muchas veces repetitiva y centrada en las grandes figuras, necesita complementarse con una historia que invite a los jóvenes a reflexionar sobre el papel de la ciudadanía común y su capacidad de resistencia y cambio.

La independencia de Loja, proclamada el 18 de noviembre de 1820, fue un acto de valentía y compromiso que salvaguardó el prestigio histórico y patriótico de la ciudad y la provincia. Pese a la oposición del Cabildo y del alcalde realista, quienes buscaban mantener su lealtad a la “Corona española”, figuras como los Ramón Pinto, José Picoita, Juan José Peña, Nicolas García, Manuel Zambrano entre otros lograron, con sus acciones, encender la llama de la libertad en Loja. Es imperativo que la juventud conozca estas historias, no solo como un desfile de nombres y fechas, sino como ejemplos de valores cívicos que ellos mismos pueden emular en sus vidas cotidianas.

Cuando los desfiles, ceremonias y bailes terminan, el fervor y el entusiasmo se disipan, y con ellos se desvanece la conexión con el pasado, quedando solo en la memoria de los niños y jóvenes los efectos visuales del espectáculo. El verdadero sentido de la independencia y el sacrificio de los héroes incomprendidos retornan a libros que, muchas veces, quedan sin leer, esperando ser redescubiertos para impartir valiosas lecciones que hoy parecen letra muerta. La historia necesita ser más que un recordatorio anual; debe ser una herramienta activa que ayude a los jóvenes a comprender el presente y a construir un futuro con valores cívicos firmes.

La enseñanza de la historia debe invitar a una reflexión más profunda y menos superficial sobre los eventos históricos, de manera que no solo se vivan como un acto de entretenimiento, sino que los estudiantes logren identificar cómo el pasado y sus lecciones siguen siendo relevantes para su realidad actual.

Hoy por hoy, con la oportunidad perdida de releer el pasado para repensar el porvenir, la única reflexión posible es reconocer que el presente empezó a escribirse en el pasado y que, por lo tanto, el futuro no debe ser escrito por manos ajenas, para ello es preciso transformar la educación, en una educación emancipadora para que la historia no sea solo un recuerdo efímero, sino un legado vivo que inspire a cada generación a contribuir a un futuro mejor.

viernes, 11 de octubre de 2019

¿A quién beneficia elevar los costos de los combustibles?

Lo que sucede actualmente en el país, confirma la vigencia de la lucha de clases. Mientras los sectores empresariales defienden la eliminación de los subsidios a los combustibles; los sectores de los trabajadores, campesinos e indígenado rechazan la medida que el FMI ha impuesto al gobierno del Presidente Moreno.
En todos los países donde se han impuesto las recetas del FMI, los gobiernos han visto debilitada la gobernabilidad, la convivencia y cohesión social; a la par disminuyendo las condiciones de vida, generado sacrificio dolor y sangre.
Supuestamente con la eliminación de subsidios se estima obtener mil cuatrocientos millones de dólares anuales. Sin embargo a los sectores que defienden las medidas, a los que dicen que harán un sacrificio para asumirlas y ayudar a solucionar el déficit fiscal, el Gobierno les subsidia no controlando la evasión de impuestos y el cobro de deudas que en conjunto serian aproximadamente siete mil millones de dólares, cantidad que con demasía sobrepasa los cuatro mil doscientos millones de dólares que presta el FMI.
Es preciso preguntarse ¿a quién beneficia elevar los costos de los combustibles?, obviamente es, a los importadores de los combustibles, a los que pretenden privatizar la refinería y a los transportistas que no quieren ver alteradas sus ganancias; por el contrario, se garantiza su rentabilidad a costa del aumento de los precios de la canasta familiar que afecta a los hogares más empobrecidos.
Asumamos que el alza del pasaje es de cinco centavos (el límite es 10 centavos), es decir hay un aumento del 20%. Esto debería corresponder a un mismo 20% de aumento en los ingresos mensuales de los trabajadores sin considerar el aumento de los precios de los bienes y servicios de la canasta básica familiar.
Como si fuera poco, junto a la eliminación de los subsidios a los combustibles, el Gobierno envía a la Asamblea Nacional una reforma laboral regresiva de derechos que, entre otras medidas incluyen:
– Reducción del 20% de la remuneración de los contratos ocasionales de los servidores públicos, complicando y disminuyendo su nivel de vida.
– Eliminación de 15 días de vacaciones que atentan con el descanso del sector público, en su lugar debería implementarse la progresividad de vacaciones en el sector privado.
– Descuento mensual de un día de salario a los trabajadores del sector público. Lo cual es un impuesto al trabajo, mientras que a los empresarios cada vez se les hacen exoneraciones para que no paguen impuestos.
– Imposición de nuevas modalidades de contratos laborales para quienes inician un emprendimiento, lo cual conducirá al cierre de empresas para beneficiarse de las nuevas formas de contrato.
Finalmente, ante las protestas de los trabajadores, campesinos e indígenado en contra de la eliminación de los subsidios a los combustibles, el Gobierno en complicidad con la derecha descalifica y atemoriza el descontento popular decretando estado de excepción y toques de queda, que en concreto, autorizan la imposición de la violencia extrema a favor del Gobierno. Esta medida se constituye en el eje político y económico para beneficiar a los empresarios y perjudicar a los hogares más pobres.

jueves, 10 de octubre de 2019

La muerte del Che Guevara

Por Eduardo Galeano

Diecisiete hombres caminan hacia la aniquilación. El cardenal Maurer llega a Bolivia desde Roma. Trae las bendiciones del Papa y la noticia de que Dios apoya decididamente al general Barrientos contra las guerrillas.

Mientras tanto, acosados por el hambre, abrumados por la geografía, los guerrilleros dan vueltas por los matorrales del río Ñancahuazú. Pocos campesinos hay en estas inmensas soledades; y ni uno, ni uno solo, se ha incorporado a la pequeña tropa del Che Guevara. Sus fuerzas van disminuyendo de emboscada en emboscada.

El Che no flaquea, no se deja flaquear, aunque siente que su propio cuerpo es una piedra entre las piedras, pesada piedra que él arrastra avanzando a la cabeza de todos; y tampoco se deja tentar por la idea de salvar al grupo abandonando a los heridos.

Por orden del Che, caminan todos al ritmo de los que menos pueden: juntos serán todos salvados o perdidos. Mil ochocientos soldados, dirigidos por los rangers norteamericanos, les pisan la sombra. El cerco se estrecha más y más. Por fin delatan la ubicación exacta un par de campesinos soplones y los radares electrónicos de la National Security Agency, de los Estados Unidos. La metralla le rompe las piernas.

Sentado, sigue peleando, hasta que le vuelan el fusil de las manos. Los soldados disputan a manotazos el reloj, la cantimplora, el cinturón, la pipa. Varios oficiales lo interrogan, uno tras otro. El Che calla y mana sangre. El contralmirante Ugarteche, osado lobo de tierra, jefe de la Marina de un país sin mar, lo insulta y lo amenaza.

El Che le escupe la cara. Desde La Paz, llega la orden de liquidar al prisionero. Una ráfaga lo acribilla. El Che muere de bala, muere a traición, poco antes de cumplir cuarenta años, exactamente a la misma edad a la que murieron, también de bala, también a traición, Zapata y Sandino.

En el pueblito de Higueras, el general Barrientos exhibe su trofeo a los periodistas. El Che yace sobre una pileta de lavar ropa. Después de las balas, lo acribillan los flashes. Esta última cara tiene ojos que acusan y una sonrisa melancólica. Creía que hay que defenderse de las trampas de la codicia, sin bajar jamás la guardia.

Cuando era presidente del Banco Nacional de Cuba, firmaba Che los billetes, para burlarse del dinero. Por amor a la gente, despreciaba las cosas. Enfermo está el mundo, creía, donde tener y ser significan lo mismo. No guardó nunca nada para sí, ni pidió nada nunca. Vivir es darse, creía; y se dio.