sábado, 7 de junio de 2025

La docencia es una práctica ética y política transformadora

A lo largo de la historia, la educación y en particular los docentes han cumplido un papel fundamental en formar ciudadanos, transmitir valores y conocimientos, y contribuir al desarrollo cultural, social y económico de los pueblos.  Sin embargo, los desafíos contemporáneos exigen repensar su papel desde una mirada crítica y emancipadora. Es urgente una ley escalafonaria que reconozca al maestro como sujeto político, cultural y ético, capaz de incidir en la formación de ciudadanos conscientes, críticos y comprometidos con la transformación del mundo.

Desde la perspectiva freireana, el docente no debe limitarse a ser transmisor de contenidos, sino convertirse en generador de espacios para el diálogo, la problematización y la construcción colectiva del conocimiento. En esta tarea, enseñar es un acto profundamente político, porque implica tomar posición frente a la injusticia, el autoritarismo y la desigualdad. Y, como advertía Aníbal Ponce, una educación que se limita a disciplinar cuerpos y repetir esquemas vacíos termina por consolidar un orden social injusto, reproduciendo las estructuras de dominación patriarcal existentes.

Dignificar la labor docente implica, entonces, mucho más que mejorar condiciones salariales: requiere recuperar el sentido profundo de la educación como práctica liberadora. Supone apostar por la formación continua, la autonomía pedagógica y el reconocimiento del maestro como intelectual transformador, no como simple ejecutor de programas estandarizados. La docencia no puede seguir siendo concebida como una tarea técnica o neutral; es un acto de creación ética y política, que compromete la razón, la emoción y la voluntad de cambio.

En tiempos de sobreinformación y tecnocracia educativa, la función del docente adquiere un nuevo sentido: no se trata de competir con la tecnología, sino de humanizar los saberes, de acompañar procesos, de despertar conciencias. Su papel es guiar el pensamiento, cultivar la duda, nutrir el deseo de justicia. Por eso, atraer a los mejores docentes no es un capricho, sino una necesidad estructural. El Ecuador necesita una transformación profunda del sistema educativo, que supere la lógica del control y apueste por una pedagogía de la esperanza, que sitúe la justicia social en el centro del proceso formativo.

Como decía Freire, "enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción". Y como afirmaba Ponce, ninguna reforma será verdadera si no se inscribe en el proyecto de una sociedad más justa, más libre y más humana.