Qué la pandemia actual no salió de la nada, es un hecho reconocido por todos. Es otro de los síntomas de las estructuras capitalistas o de la civilización industrial, es una alerta temprana de cómo esta civilización, la de los grandes empresarios y de la banca chulquera, que como predijera Carl Marx “están erosionando rápidamente las mismas condiciones de su propia existencia”.
Entre los años 2000 y 2002 me cupo la satisfacción de colaborar con la Federación Unitaria Provincial de Organizaciones Populares y Campesinas del Sur - FUPOPCS, cuya finalidad principal es la capacitación en liderazgo, análisis de la coyuntura de la realidad local y nacional, difusión de prácticas organizacionales y agroecológicas surgidas en el campo a partir de sus propias experiencias. Para ese tiempo, la agroecología como ciencia y práctica no era muy reconocida como ahora que se la considera una opción para la sostenibilidad en la producción de alimentos sanos, sin los consabidos agrotóxicos que impone el mercado capitalista y que por el contrario, prioriza “las formas tradicionales de cultivar que realizan las familias”.
Algunas de las agrupaciones campesinas comenzaron a ofrecer productos agroecológicos que hoy son ampliamente demandados por clientelas informadas de que su salud está garantizada por estos alimentos sanos y libres de agrotóxicos. Los gobiernos en los últimos veinte años han hecho evidente la necesidad de cambios en los sistemas productivos, especialmente en la agricultura, pero solamente han quedado en una suerte de ilusionismo, ilusionismo puesto que hasta en la Constitución del 2008 se introdujeron preceptos que no se cumplen, y no conformes con el incumplimiento, han entregado nuestros recursos naturales a las transnacionales para una inmisericordiosa explotación que no garantiza la recuperación de estos recursos.
Durante un dialogo casual con uno de sus expresidentes de la organización arriba mencionada, se lamenta del permanente desamparo que sufren en el agro, situación agravada con motivo de la Covid-19, “estamos obligados a ser conscientes de la urgente necesidad de cambiar hacia formas de producción y consumo sostenibles”. Y obviamente se lamenta porque las decisiones se toman para favorecer a las grandes corporaciones y a los intereses transnacionales que no están comprometidos con la disminución de la pobreza de nuestros pueblos; pobreza que se evidencia mucho más por la migración de la población rural precisamente en medio del confinamiento y la emergencia sanitaria decretada por el COE.
El abuso de propaganda y el consumismo encubre las fisuras de la desigualdad social existente y la pésima inversión estatal que tanto han cacareado los gobiernos de Correa y Moreno, han aumentado la precariedad especialmente en las zonas suburbanas y el campo donde se encuentra una población altamente pobre, lo mismo sucede en buena parte de los pueblos amazónicos que a pesar de la riqueza petrolera siguen postergados, pueblos que en octubre pasado paralizaron al país demostrando mayor organización y fuerza para reclamar sus derechos y defender la naturaleza; sin embargo, para beneficio de la derecha, el proceso político los ha vuelto a dividir.