Parecería una vez más, que el análisis del sistema educativo se diluyera con la propagandización de algunos elementos del mismo, como las unidades del milenio, los textos escolares o la colación escolar, y el endilgar la crisis a la UNE.
El gobierno no quiere entender que los problemas sociopolíticos también llegan a las aulas y al proceso de enseñanza aprendizaje. La tecnocracia revolucionaria considera que desde la parte posterior de un escritorio se puede disponer que la educación mejore su calidad; y no propone un verdadero dialogo entre los actores educativos, a fin de propiciar el cambio pedagógico que hoy necesita la educación ecuatoriana.
Se machaca una y otra vez con la evaluación estandarizada a docentes y estudiantes, sin que los resultados nos conduzcan a un mayor éxito educativo, que a su vez conlleve a la formación de una sociedad más habitable, más equitativa y más solidaria; como tampoco estos resultados ayudan a encontrar los medios para que la escuela y los docentes recuperen su rol y prestigio.
Los cambios curriculares y la propuesta de desarrollo de destrezas con criterios de desempeño, es puro cuento, en la práctica, se dispone una educación libresca, memorística que deja de lado la creatividad, el desarrollo del pensamiento crítico, el trabajo en equipo que no es lo mismo que trabajo grupal. Los docentes casi son obligados a transmitir contenidos, pues a pesar de la exigencia de micro planificaciones, cada docente aplica su “mejor método” y no la propuesta pedagógica y metodológica institucional.
Parafraseando frases de Fidel Castro, de las que me hago responsable: en la educación ecuatoriana se sigue enseñando los accidentes y fallas de la naturaleza, pero no se enseña los tremendos accidentes sociales ni las fallas de la sociedad humana, porque en las escuelas, y sobre todo en las escuelas pagadas, se le oculta a la niñez y adolescencia, la verdad humana y la realidad social de nuestro pueblo.
En cuanto a la organización gremial y a los propios docentes, el electo presidente junto a los nuevos funcionarios del mismo gobierno, deben parar la persecución, la inmovilización y el afán de desvincularlos de la lucha social y popular. Mantener ese odio visceral del régimen correísta, solo contribuye a que el maestro pierda la posibilidad de ubicar las causas de la crisis social, convirtiéndolo en un ente pasivo con ceguera política que no contribuye a la transformación radical del Estado.
El gobierno no quiere entender que los problemas sociopolíticos también llegan a las aulas y al proceso de enseñanza aprendizaje. La tecnocracia revolucionaria considera que desde la parte posterior de un escritorio se puede disponer que la educación mejore su calidad; y no propone un verdadero dialogo entre los actores educativos, a fin de propiciar el cambio pedagógico que hoy necesita la educación ecuatoriana.
Se machaca una y otra vez con la evaluación estandarizada a docentes y estudiantes, sin que los resultados nos conduzcan a un mayor éxito educativo, que a su vez conlleve a la formación de una sociedad más habitable, más equitativa y más solidaria; como tampoco estos resultados ayudan a encontrar los medios para que la escuela y los docentes recuperen su rol y prestigio.
Los cambios curriculares y la propuesta de desarrollo de destrezas con criterios de desempeño, es puro cuento, en la práctica, se dispone una educación libresca, memorística que deja de lado la creatividad, el desarrollo del pensamiento crítico, el trabajo en equipo que no es lo mismo que trabajo grupal. Los docentes casi son obligados a transmitir contenidos, pues a pesar de la exigencia de micro planificaciones, cada docente aplica su “mejor método” y no la propuesta pedagógica y metodológica institucional.
Parafraseando frases de Fidel Castro, de las que me hago responsable: en la educación ecuatoriana se sigue enseñando los accidentes y fallas de la naturaleza, pero no se enseña los tremendos accidentes sociales ni las fallas de la sociedad humana, porque en las escuelas, y sobre todo en las escuelas pagadas, se le oculta a la niñez y adolescencia, la verdad humana y la realidad social de nuestro pueblo.
En cuanto a la organización gremial y a los propios docentes, el electo presidente junto a los nuevos funcionarios del mismo gobierno, deben parar la persecución, la inmovilización y el afán de desvincularlos de la lucha social y popular. Mantener ese odio visceral del régimen correísta, solo contribuye a que el maestro pierda la posibilidad de ubicar las causas de la crisis social, convirtiéndolo en un ente pasivo con ceguera política que no contribuye a la transformación radical del Estado.