Dice mi madre, que la muerte y resurrección de Jesús es celebrar el don de la vida. Creyentes o no, estos días son oportunos para reflexionar sobre la necesidad de cambios respecto de nuestro comportamiento frente a los problemas sociales y políticos y a la posibilidad de construir una sociedad más humana y justa.
Una “Iglesia pobre y para los pobres”, ha dicho el Papa Francisco, acaso hay otra, o la actual es una Iglesia rica para los ricos. Lo cierto es, que el premier del Vaticano, manifiesta que el auténtico poder de la Iglesia consiste en servir a los pobres, renunciando a ciertas consideraciones personales en solidaridad con los postergados por el régimen y por la propia Iglesia. Que sólo así, nos encontraremos con Jesucristo. Lo contrario será simplemente, otro largo feriado.
Cristianos o no, es hora de reconocer que buena parte de la pobreza, la discriminación, del maltrato infantil, del abuso contra las mujeres, de la delincuencia, de la prepotencia y la corrupción institucionalizada, es responsabilidad nuestra. Somos culpables por guardar silencio y mostrar miedo en vez de denunciar estos hechos, que tienen repercusión en nosotros mismos y en nuestros hijos.
Si bien es cierto, la fe y el espacio religioso dependen de la voluntad personal, cada uno es libre de profesar o no cualquier religión. No obstante, el aporte a la solución de la problemática nacional, particularmente del entorno local, incumbe a toda la ciudadanía; por tanto, conforme lo dice el Papa, “estamos obligados a rechazar todo lo que vulnere la dignidad de los seres humanos.”
La Semana Santa es una tradición que rememora la fe católica, en la que se recrea la pasión y la muerte de Jesús con una serie de rituales, como el pan y el vino de la última cena, el lavatorio de pies, la pesada cruz, la corona de espinas, el látigo, el propio vía crucis que en estos días son resignificados por la tradición cristiana para convertirlos en referentes de cambio y de identidad social de los pueblos.
Finalmente, luego del litigioso proceso electoral que ha puesto a caminar a medio país por aceras distintas reclamando la legitimidad de su manoseado voto, la Semana Santa, debe tender puentes para que unos y otros exijamos a los gobernantes, el direccionamiento de la política social y económica en favor de superar las desigualdades sociales y respetar el pleno ejercicio de los derechos constitucionales.
Una “Iglesia pobre y para los pobres”, ha dicho el Papa Francisco, acaso hay otra, o la actual es una Iglesia rica para los ricos. Lo cierto es, que el premier del Vaticano, manifiesta que el auténtico poder de la Iglesia consiste en servir a los pobres, renunciando a ciertas consideraciones personales en solidaridad con los postergados por el régimen y por la propia Iglesia. Que sólo así, nos encontraremos con Jesucristo. Lo contrario será simplemente, otro largo feriado.
Cristianos o no, es hora de reconocer que buena parte de la pobreza, la discriminación, del maltrato infantil, del abuso contra las mujeres, de la delincuencia, de la prepotencia y la corrupción institucionalizada, es responsabilidad nuestra. Somos culpables por guardar silencio y mostrar miedo en vez de denunciar estos hechos, que tienen repercusión en nosotros mismos y en nuestros hijos.
Si bien es cierto, la fe y el espacio religioso dependen de la voluntad personal, cada uno es libre de profesar o no cualquier religión. No obstante, el aporte a la solución de la problemática nacional, particularmente del entorno local, incumbe a toda la ciudadanía; por tanto, conforme lo dice el Papa, “estamos obligados a rechazar todo lo que vulnere la dignidad de los seres humanos.”
La Semana Santa es una tradición que rememora la fe católica, en la que se recrea la pasión y la muerte de Jesús con una serie de rituales, como el pan y el vino de la última cena, el lavatorio de pies, la pesada cruz, la corona de espinas, el látigo, el propio vía crucis que en estos días son resignificados por la tradición cristiana para convertirlos en referentes de cambio y de identidad social de los pueblos.
Finalmente, luego del litigioso proceso electoral que ha puesto a caminar a medio país por aceras distintas reclamando la legitimidad de su manoseado voto, la Semana Santa, debe tender puentes para que unos y otros exijamos a los gobernantes, el direccionamiento de la política social y económica en favor de superar las desigualdades sociales y respetar el pleno ejercicio de los derechos constitucionales.