jueves, 6 de febrero de 2014

La perniciosa desigualdad estructural



La historia de nuestros pueblos nos trae a la memoria, que hombres y mujeres de las clases populares son quienes han enarbolado y seguirán enarbolando la lucha contra las injusticias y la corrupción, para acabar con las profundas desigualdades sociales que aún persisten. La cotidiana historia nos recuerda que la derecha reaccionaria y la Iglesia-Opus Dei se aliaron para explicar desde sus intereses, la razón de estas desigualdades; y, no solamente que las justificaban sino que las exaltaban enseñando a los pobres a resignarse mientras ellos por su brillantez se apropiaban de su trabajo y de su libertad.
Hoy no se puede desconocer que el gobierno “revolucionario” se esfuerza por disminuir las desigualdades estructurales que nos afectan. No obstante, la confrontación con los sectores neoliberales y la alianza con las organizaciones populares resulta ser una falacia, porque mientras con los primeros en no pocas veces se ve obligado a ceder, a los segundos los combate con el hostigamiento y la persecución. Lejos están las tesis de la revolución social, quizá han aumentado los esfuerzos por mejorar la educación, salud, vivienda, vialidad; en tanto se agravan cuando no se criminalizan la libertad de organización y de expresión.  
En el país hay tantos acontecimientos de corrupción e inseguridad, denunciadas o no, que enterarse estimula náuseas. Sin embargo, quiérase o no, los sistemas judicial y legislativo no están suficientemente preparados para poner fin y erradicar estos males sociales, ni a hacer las leyes que nos aseguran el buen vivir.
Lo cierto es que, en el camino electoral, tanto “revolucionarios” como “contrarrevolucionarios” se corretean con propaganda proselitista aflorando y ahondando perniciosamente las desigualdades sociales.
Mientras  esta cruda realidad no cambie, las condiciones objetivas para la protesta popular irán madurando.