La Escuela Miguel Riofrío data desde junio de 1895, en estos más de 100
años su historia ha sido escrita y recreada por ilustres personajes que pasaron
por la escuela y que con su trabajo fecundo contribuyeron al desarrollo de Loja
y el país.
A la escuela, al igual que hoy, ayer asistían niños de todas las clases sociales, como no era obligatorio el uniforme escolar, los patios durante los recreos mostraban una gama multicolor llena de algarabía y satisfacción, el patio de la olmedo era de tierra y estaba lleno de pocitos provocados por el paso constante de centenares de niños y que servían para jugar “bolitas” mientras que en los días de lluvia se llenaban de agua y servían para salpicar la ropa de los compañeros.
El nombre de la escuela es en reconocimiento al primer novelista
ecuatoriano, al diplomático, al periodista, al político, al educador, al poeta
y escritor autor de la primera novela ecuatoriana “la Emancipada”, el Doctor
Miguel Riofrío.
El hecho puntual de mi paso por la escuela del cual aún tengo grabados en
la mente y en el alma es el sol de las mañanas de junio de 1972, la expectativa
por la preparación de las festividades del plantel y especialmente el estreno del
Himno a la Escuela de la autoría del Profesor David Pacheco Ochoa.
Un hecho constante fue el aprendizaje al amparo del laicismo y gratuidad
de la educación, los maestros y maestras nos enseñaron a más de contenidos, situaciones
que apreciamos a través de toda nuestra vida y nos enseñaron valores que
apuntalaron esas vidas, nos enseñaron ante todo que éramos ecuatorianos, perdiendo
particularidades y afirmándonos en la condición de pertenecer a esta generosa
tierra lojana.
Los maestros y las maestras de mis tiempos, hombres y mujeres con
presencia plena, de voz clara y potente, con guardapolvos blancos con aroma a
sol y perfume de afectiva fécula. Ellos y ellas con su severidad y su ternura
nos marcaron un camino de entrega y compromiso social, en fin sus caricias que
por escasas que parecieran eran mucho más apreciadas.
Ahora les parecerá extraño pero nuestra ventana para empezar a conocer el
mundo fueron los libros de la biblioteca del aula, leídos hasta gastarlos y los
relatos de nuestras maestras capaces de hacer volar la imaginación sin perder
de vista que debíamos aprender, y mucho, al punto que eran reconocidas con
flores frescas cortadas en las riberas del Zamora y Malacatos por nuestras agradecidas
mamás.
La Dirección de la Escuela con su olor a cera, madera y papel donde solo
se entraba porque merecíamos una nota de acuerdo a nuestros méritos buenos o
malos, estaba ocupada por el profesor David Pacheco Ochoa, distinguido hombre
de letras, de periodismo, de la narrativa y de la música, recuerdo de él, su
convencimiento de que “el buen maestro enseña bien con cualquier sistema” y que
“la única manera de ser recíprocos al esfuerzo de los padres es siendo buenos
alumnos”.
La escuela aún sin la mitad de su antigua estructura física está allí,
tan llena de ese espíritu compuesto por los que ya son recuerdo y por los que
hoy la transitan. Quién a pesar de la distancia y del paso del tiempo, a pesar
de los trances y altibajos de la vida cotidiana podría olvidarse de su querida
Miguel, nadie. Ahora mismo siento que mis emociones desbordan por sus aulas, aulas
que no solamente fueron testigos de enseñanzas sino también de muchas picardías
infantiles y una que otra travesura… que hoy en una mezcla de añoranza y
emoción recrean nuestra memoria.
Los y las docentes que hoy
tenemos la responsabilidad de trabajar en la Miguel, tomamos como un reto y con
respeto la experiencia de nuestros antecesores y agradecemos porque heredamos
una institución que nos fortalece. Asumimos hoy el compromiso de potenciar sus
ideales, entendiendo que no hay crecimiento ni progreso sin educación. Hoy son
otros los sujetos pedagógicos que habitan nuestras aulas y seguramente otros
los modos de enseñar, pero también es otro el contexto social. Creemos que el
desafío actual es educar para la emancipación y estamos dispuestos a trabajar
cada día para lograrlo y para que nuestros niños y jóvenes puedan conformar y
vivir en una sociedad cada vez más justa y solidaria.
La
Escuela Miguel Riofrío cumplirá en estos días ciento dieciocho gloriosos y memorables
años de vida, en un contexto no siempre favorable pero siempre saliendo
adelante, adaptándose a los tiempos, evitando caer en el anacronismo, en fin los
cumplirá ratificando que es una escuela que ha escrito páginas memorables en
los anales del pueblo lojano.