viernes, 4 de septiembre de 2015

Paz sin polémica para silenciar a sectores populares



El sórdido calificativo del más cercano colaborador de Febres Cordero y Rafael Correa realizado al Arzobispo de Guayaquil, es otra estrategia del ala derecha de la revolución ciudadana para entretener al pueblo ecuatoriano.

No creo que alguien tenga licencia para asegurar que la Iglesia ecuatoriana no ha estado involucrada en la política y en la disputa de espacios de poder. Lo ha hecho con grupos como el Opus Dei, Tradición Familia y Propiedad y desde luego con la burguesía criolla; y en aplicación de la Doctrina Social se ha acercado hasta los barrios populares, donde sectores cercanos a la Teología de la Liberación han sido cuestionados y perseguidos.

No sé si más de la derecha y menos de la izquierda, tampoco si “recadera insolente”, lo cierto es que de una u otra forma la Iglesia ha sido protagonista de la historia social y política del país, su voz ha sido escuchada con una credibilidad importante, razón por la que precisamente los grupos socio políticos y económicos la han buscado cediéndole parte del poder político.

Sin duda alguna, la Iglesia ha sido parte activa en la redacción de la veintena de constituciones -incluida la última-, de la aprobación de leyes y reglamentos y especialmente del manejo paralelo del sistema educativo nacional.

La Iglesia hasta bien avanzada la década del ochenta estaba alineada con el Partido Conservador y luego con el Social Cristiano, resistiendo o enfrentándose a los sectores populares que forjaban por la unidad y solidaridad para exigir un gobierno democrático que garantice soberanía, libertad y dignidad.

Que el Arzobispo porteño haya expresado e incluso exigido que el dialogo nacional debe gozar de mayor credibilidad y ampliarse a todos los sectores, no es malo ni nuevo. Reitero, aún en estos tiempos, lo mismo que en las sabatinas se califica de “desestabilizadores”, desde los púlpitos los sacerdotes consideran “comunistas” a quienes no tiñen de verde su conciencia, a quienes luchan por el agua y contra la elección indefinida.

Al igual que el tema Yasuní, la enseñanza de religión en los planteles fiscomisionales y el aborto como un derecho entre otros, se convirtieron en problemas políticos que traspasaron la barrera ética que la Iglesia logró monopolizar.

En conflicto llegó a final feliz. Los Premieres de la Iglesia y el Gobierno acordaron “quedar en paz y ya no hacer más polémica” para juntos silenciar a los sectores populares.

viernes, 28 de agosto de 2015

La dignidad no se fabrica ni se implora

Con el triunfo del actual Presidente, buena parte del pueblo ecuatoriano abrigó la posibilidad de que un gobierno de orientación progresista, cambiaría la estructura del Estado a favor de los sectores populares; y, que con la Constitución del 2008, se iniciaría un rumbo distinto al neoliberalismo. Sin embargo la posibilidad no es la realidad.
La bonanza petrolera fue la fuente para que, en una especie de baratillo populista, se construyan alianzas coyunturales tipo electoral, descuidando la verdadera alianza con las masas y con las organizaciones populares, a las que se pretendió someterlas al pensamiento único. Pero la caída del precio del crudo polarizó la lucha de clases, convirtiendo a todo aquel que se opone al caudillismo en desestabilizador de la democracia burguesa que promueve y defiende alianza país.
Los sectores populares y el propio Gobierno deben convencerse, que la dignidad no se fabrica ni se implora, se la conquista forjando la unidad, pero ello depende de cómo se logre el respaldo popular y de la preparación ideológica, moral y técnica de líderes para que ejerzan con honestidad y éxito lo que dispone la Constitución, y al mismo tiempo distinguir y confrontar a la derecha y al oportunismo, que también luchan por impedir los cambios fundamentales que los ecuatorianos necesitamos para lograr el anhelado buen vivir.
No solo se trata de hacer política para el pueblo, sino con el pueblo. No es aceptable continuar con la política del divide y reinaras, debilitando la institucionalidad de las organizaciones sociales y despotricando de las conquistas y de sus dirigentes cuando le son ajenos a sus objetivos y cálculos políticos. No puede hablarse de unidad utilizando las mismas muletillas y maniobras de la derecha, creando organizaciones paralelas y con un proselitismo goebbeliano convocar a la burocracia a protagonizar “vigilias”, dizque “para salvar la revolución”.
La lucha debe enfocarse contra el neoliberalismo y no contra el sindicalismo. Acaso olvidaron, si es que alguna vez aprendieron o lo leyeron, que el revolucionario, es ante todo un luchador social clasista, por tanto, unionista, honesto, solidario y ante todo humanista. El revolucionario respeta a las organizaciones y a las mazas y le interesa su porvenir, no les persigue ni encarcela. Por el contrario defiende la institucionalidad y lucha por la más amplia unidad popular para derrotar a la pobreza y al neoliberalismo.

viernes, 21 de agosto de 2015

La vieja táctica de divide y vencerás, fracasa



Las intenciones del Gobierno de sofocar la protesta de los trabajadores e indígenas con decretos como el del 15 de agosto de 2015, declarando el Estado de excepción en Ecuador por la situación del volcán Cotopaxi, y al decir del primer Mandatario "porque vivimos una emergencia, no de los tirapiedras”; sin embargo el mismo decreto se utiliza para reprimir y disuadir a los decepcionados de la revolución ciudadana en regiones alejadas del Cotopaxi, con evidente fracaso.

Por el contrario, las protestas por la dignidad y la vida se han extendido hacia buena parte de la población urbana del país que muestra su disposición a respaldar nuevas acciones de los sectores organizados en solidaridad con sus hermanos y hermanas “salvajemente” reprimidos.

El temor y la prepotencia es evidente en la élite “revolucionaria” del y de país, al extremo que en los denominados diálogos, muchos de los funcionarios del gobierno chantajean a los pobladores con “obritas de última hora”, que son de su obligación, enfatizando que quienes protestan ponen en peligro la revolución ciudadana y el “crecimiento” económico y social.

Es lamentable que desde Carondelet se haya abandonado la lucha contra la burguesía, reforzando su odio pasional contra los sindicatos, olvidando que estos, para que puedan jugar su verdadero papel en la construcción del “nuevo país”, deben fundamentar su actividad en la independencia frente a los partidos políticos y al Estado, en la solidaridad, en la unidad de acción y en la alianza con otros sectores sociales. No obstante, se aplica la vieja táctica de divide y vencerás como política de Estado para tratar de derrotar a la oposición y especialmente al movimiento sindical, que ante el fracaso, responde con nuevas acciones represivas como las de Saraguro, Macas y las de las ciudadanas Margoth Escobar y Manuela Picq.

Si se llama a un dialogo nacional, es necesario dejar de ver por todos lados a los ciudadanos descontentos como conspiradores, terroristas, desestabilizadores, etc., sino sentarse a dialogar con la predisposición de consensuar con todos los sectores y no solamente con los de buena fe, solo así, se despejaría y armonizaría el panorama de unidad con los sectores populares cerrando el paso a la derecha y otros sectores oportunistas, que aprovechándose de la terquedad gubernamental y del descontento social quieren pescar a rio revuelto.