Empezaré expresando mi gratitud a quienes exponiendo
su vida, hacen todo lo posible por salvar la nuestra. Desde los que prestan la
atención médica a las personas contagiadas por el coronavirus, hasta quienes se
esfuerzan desde otras esferas del trabajo, para contener el avance de esta
pandemia, librando sus propias batallas para proteger a todos los ciudadanos.
Es una tarea urgente la de asegurar
“que los alumnos no pierdan el contacto con los procesos formativos en el
tiempo que dure la cuarentena y las actividades presenciales estén
suspendidas”. No voy a menoscabar lo que se viene realizando desde el
Ministerio de Educación, por ofrecer los diversos recursos para hacer más
eficaz el acompañamiento educativo en el seno de las familias. Sin embargo, se
tiene que tener claro que, la educación virtual, ni las herramientas
tecnológicas disponibles para ofrecer contenidos y destrezas a docentes y estudiantes,
podrán substituir de inmediato a la educación presencial.
Imponer este cambio bajo el supuesto
-posiblemente real-, de que no se volverá a las aulas creo es un grave
error. Es que el tránsito de la educación presencial a la virtual no puede
ser automática, requiere sobre todo de competencias que no se obtienen de la
noche a la mañana, no es solamente de ganas o de entusiasmo, requiere de mucho
más tiempo que el de la cuarentena para que los estudiantes estén preparados a
incorporarse a este nuevo sistema para ellos. Y no digo que hay que oponerse a
la educación virtual, hay que impulsarla.
Por otro lado, hay que aprovechar las experticias y
experiencias de académicos y maestros jubilados, para brindar apoyo a los docentes.
Me consta como los y las docentes hacen un esfuerzo valioso atendiendo a
familias y estudiantes bastantes pobres, -sin posibilidades de acceso a una
computadora y menos a Internet- para responderles y asesorarles con creatividad
las tareas, demostrando su vocación y la voluntad de servir, y de “servir bien
a quienes menos favorece este sistema”.
Con ocasión del 13 de Abril, Día del Maestro, en
homenaje al gran escritor y poeta ambateño Juan Montalvo, pero también para
resaltar la lucha de maestros y maestras que entregaron su vida defendiendo la
educación pública y los derechos del pueblo. Se han echado flores y elogios por
todos los medios, frases demagógicas de las autoridades, que en nada se
compadecen con la realidad en que se desarrolla la educación y se trata al
magisterio: inestabilidad, persecución, amenazas, desvalorización de la
profesión, etc.
No es momento para regocijarse, me dice un colega, que
por el contrario “le hierve la sangre de indignación”. No hay motivo para
celebraciones. Los maestros solamente exigimos un trato digno. Nuestra labor
docente pasa desapercibida, porque obra en lo cotidiano generando dignidad,
conocimiento, reflexión y crítica para la emancipación de las personas y de los
pueblos.
Basta de considerarnos “héroes de vocación”, les
cuestionamos y exigimos, porque aún en medio de la crisis hacen lo contrario de
lo que ofrecen: exigimos nuestros sueldos.